“A ti clamo, oh Dios, pero no me respondes; me hago
presente, pero tú apenas me miras. Implacable, te vuelves contra mí; con el
poder de tu brazo me atacas. Me arrebatas, me lanzas al viento; me arrojas
al ojo de la tormenta. Sé muy bien que me harás bajar al sepulcro, a la morada
final de todos los vivientes”, Job. 30:20-23. (NVI)
Quizá
muchos de nosotros nos hemos sentido como Job, aquel personaje que consideraba
que Dios lo estaba castigando, pero no encontraba razón para ello. Es claro que él no entendía que el Señor lo estaba probando, y deseaba conocer las
verdaderas motivaciones de su corazón.
Es
difícil poder entender que hay problemas, quebrantos y sufrimientos de diverso
tipo e índole que pueden golpearnos siendo creyentes, amantes del único Dios a
quien le debemos nuestra salvación y toda nuestra vida, a quien procuramos ser
fieles, y que nos parece raro que esté actuando así con nosotros. En realidad, Él
no está lejos, no creo que Dios se haya olvidado de ti, sabe tus desventuras,
pero está obrando según los propósitos que tiene para con tu vida. Es probable
que te preguntes: “¿Por qué yo? Estoy leyendo mi biblia, oro todos los días,
voy a la iglesia, doy mi diezmo y le estoy sirviendo, trato de hacer las cosas
bien, claro no soy perfecto, pero me esfuerzo en agradarle. Y ahora me viene
todo esto”. Más de uno hemos pensado así, pero Dios en su gracia y misericordia
nos permite actuar como Job para luego poder revelarse y darnos a entender la
razón de todas nuestras contrariedades. Él nos entrena para la eternidad, nos
prepara para compartir su gloria con nosotros, es cierto que nos hace pasar por
el horno de fuego, pero quiere forjar en nosotros un carácter santo y especial
para sus planes.
Si
renunciaste a ti mismo y dejaste tu vida en sus manos entonces eres consciente
de que Él te perfeccionará y usará para su gloria, a menos que entiendas esto,
pues de tus labios sólo saldrán quejas y hasta pensarás alejarte de Él, pero no
lo hagas, mantente firme, sé constante en tu comunión con Él. Personalmente he
aprendido que cuando paso problemas y dificultades puedo acercarme más a Él,
depender de Él y conocerlo mejor. Y si nunca me abandonó, pues tampoco lo hará
contigo si te mantienes unido y fiel a Él.
Job
al final de su prueba cuando Dios le habló pudo decir: “De oídas había oído hablar de
ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he
dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza”, Job. 42.5. El que atravesó
la dura prueba hablará así, el que no sólo se quejará. No seas como el pueblo
de Israel en el desierto que murmuraba ante la prueba, sé como Moisés, como
Josué y como aquellos hombres de Dios que supieron comprender que Dios no sólo
usa lo bueno, sino también lo malo para bendecirnos, y así como el apóstol
Pablo puedas decir también: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas
las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo
con su propósito”, Ro. 8:28.
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