lunes, 18 de marzo de 2019
LA SANTIDAD CONVIENE A TU CASA
Los santos hombres de Dios no están enclaustrados en monasterios, lejos del contacto de la gente. Están en las calles, están viendo las necesidades de una sociedad que cada día se pierde a causa del pecado y están compartiendo el mensaje salvador de Cristo.
Si Dios te llamó a servirle, te llamó primero a vivir en santidad, a tener una comunión permanente con Él, así te dará las indicaciones para que sepas lo que debes hacer en este mundo. Te creó para que lo glorifiques, para que seas un instrumento de bendición en sus manos poderosas, pero debes hacerlo siempre en santidad. Si deseas que el poder de Dios se manifieste en tu vida, pues no debes subestimar ser santo.
¿Se puede falsear el poder de Dios? Claro que se puede, se pueden usar artimañas humanas, o incluso el poder de las tinieblas. Existen lobos vestidos de ovejas que incluso pueden ser líderes religiosos que hacen una "ostentación de poder" para vislumbrar a los incautos. El verdadero creyente sabrá discernir esto y darse cuenta de quién es quién.
En estos tiempos peligrosos de uso y abuso del tema espiritual tenemos que verificar no tanto el poder de los líderes religiosos, sino su consagración y vida de santidad y de este modo comprender si realmente han sido enviados por Dios. Muchos de ellos son personajes que tienen carisma y don de gentes, tienen habilidad para hablar, pero no honran a Cristo, sino a sí mismos.
Juan el apóstol dice de ellos: "Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo", (2 Jn. 1:7). Los engañadores están en todas partes y en las iglesias también, y así como el habito no hace al monje, pues no te dejes sorprender por las cualidades externas que muchos puedan demostrar, que no está mal, sino por el sustento que hay detrás de esa fachada piadosa. Si hay pureza, santidad y consagración a Dios, entonces no habrá temor de confiar en ellos y si no, pues no dudes en alejarte de ellos. La iglesia es santa cuando sus líderes lo son, y como decíamos al principio, en una sociedad contaminada por el pecado la santidad debe ser el mejor distintivo que emerja de un corazón sincero y temeroso de Dios, y no una burda imitación que use un falso ropaje y que esconda a un corazón impío y peligroso. "...La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre", (Sal. 93:5).
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