jueves, 23 de octubre de 2025

HERIDO PERO NO APARTADO



El resentimiento es una raíz amarga que, si no se arranca a tiempo, puede crecer y destruir la vida espiritual del creyente. Muchos hijos de Dios, después de una ofensa o malentendido dentro de la iglesia, guardan en su corazón heridas que nunca sanan. A veces el conflicto surge con otro hermano, con un líder o incluso con el pastor. Entonces, en lugar de buscar la reconciliación, algunos deciden retirarse, pensando que así encontrarán paz. Pero en realidad, se alejan no solo de la congregación, sino también de la bendición de Dios.

La Biblia dice: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (Hebreos 12:15)

El resentimiento no se cura con distancia, sino con perdón. El enemigo se alegra cuando logra dividir al cuerpo de Cristo, porque sabe que un creyente herido y aislado es más vulnerable. Jesús nos enseñó a perdonar “setenta veces siete”, no porque el otro siempre lo merezca, sino porque el perdón nos libera a nosotros mismos.

Alejarse de la iglesia no resuelve el problema. El dolor no desaparece cambiando de congregación, ni olvidando a las personas, sino permitiendo que el Espíritu Santo sane el corazón. Recordemos que el Señor no dejó de amar a Pedro cuando lo negó, ni a los discípulos cuando lo abandonaron. Su amor fue más fuerte que la ofensa.

CONSEJOS PARA VENCER EL RESENTIMIENTO:

Ora por quien te ofendió. No hay oración más poderosa que aquella que brota del corazón herido que decide amar.

Busca el diálogo y la reconciliación. A veces un malentendido se aclara con una conversación humilde.

No permitas que la amargura te robe tu comunión con Dios. El resentimiento apaga el fuego espiritual.

Recuerda cuánto te ha perdonado el Señor. Si hemos recibido tanto perdón, ¿cómo no perdonar también?

Permanece en la congregación. Dios usa la iglesia —con sus defectos y virtudes— para moldear nuestro carácter y enseñarnos a amar.

Perdonar no es justificar la ofensa, es liberarte del peso del resentimiento. El Señor quiere sanar tu corazón, no para que regreses igual, sino para que regreses más fuerte, más maduro y lleno de su paz.

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