Vivimos en una época en la que estamos más “conectados” que nunca. Tenemos teléfonos, redes sociales, mensajes instantáneos… y sin embargo, muchos corazones se sienten vacíos. Hay personas que, rodeadas de multitudes, sienten un silencio interior que las abruma. La soledad puede ser más que la ausencia de compañía; puede ser la sensación de que nadie nos comprende o se interesa por nosotros.
Pero la Biblia nos recuerda una verdad poderosa: Dios nunca deja solo a su hijo.
Isaías 41:10 dice: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”
Aun cuando el mundo parece olvidarnos, el Señor permanece fiel. Él no nos abandona cuando las luces se apagan, cuando los amigos se alejan o cuando el alma se siente vacía. En esos momentos, Dios se acerca más que nunca, porque la soledad se convierte en el lugar donde podemos oír Su voz con claridad.
Jesús mismo experimentó la soledad. En Getsemaní, sus discípulos se durmieron cuando Él más los necesitaba. En la cruz, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Pero esa soledad de Cristo fue el precio de nuestra comunión con el Padre. Gracias a Él, nunca volveremos a estar realmente solos.
EN TUS MOMENTOS DE SOLEDAD HAZ ESTO:
Busca la presencia de Dios cada día. En la oración y la lectura de la Palabra encontrarás consuelo que el mundo no puede ofrecer.
“En tu presencia hay plenitud de gozo.” (Salmo 16:11)
Acércate a la comunidad de fe. Dios usa a otros creyentes para recordarte que formas parte de Su familia.
“Llevad los unos las cargas de los otros.” (Gálatas 6:2)
Transforma la soledad en oportunidad. Usa ese tiempo para crecer espiritualmente, para conocerte mejor y descubrir tus dones.
Recuerda que el Espíritu Santo mora en ti. No hay lugar, ni situación, donde Él no te acompañe.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.” (Juan 14:16)
La soledad puede doler, pero también puede ser el terreno donde florece una relación más profunda con Dios. No temas esos silencios; en ellos, el Señor te habla, te fortalece y te prepara para bendecir a otros.

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