lunes, 4 de abril de 2016

QUE EL PECADO NO REINE EN TU CUERPO MORTAL (Ro. 6: 1-23)



INTRODUCCION: Somos salvos, hemos sido comprados por precio. Ahora nuestro cuerpo le pertenece al Señor y debemos vivir nuestra vida libre de toda contaminación de pecado. El único que debe reinar en nosotros es Cristo Jesús, no te vuelvas a hacer esclavo del pecado.
LA HISTORIA DE TROYA
¿Qué evoca en tu mente la mención de esta ciudad de la antigüedad? Es muy probable que hayas pensado en el caballo de Troya. Cuenta la leyenda que durante diez largos años, los troyanos resistieron con heroísmo los ataques del ejército griego. Cuando la paciencia de los soldados griegos estaba por sucumbir, Odiseo (llamado también Ulises) propuso crear un gigantesco caballo, introducir a los soldados más valientes en su interior y obsequiarlo a los troyanos como supuesto premio a su valentía. El ardid consistía en que, una vez que el caballo estuviera en el interior de Troya, en el momento oportuno los soldados griegos abrirían las puertas de la ciudad para que entraran los refuerzos. ¡Qué cosa más curiosa! Sucedió que los mismos troyanos abrieron las puertas de la ciudad para que entrara el enemigo que durante diez largos años no había podido quebrantar su resistencia. La caída de Troya ilustra muy bien esta gran verdad: Nada puede contaminar nuestra mente a menos que nosotros mismos lo permitamos.
1. (vs. 1-2) El Apóstol Pablo pregunta si hemos de perseverar en el pecado para que la gracia abunde. Y responde que no, porque hemos muerto al pecado. Aquel que aceptó a Cristo en su corazón no tiene por qué permitir el pecado nuevamente en su vida.
2. (vs. 3-4) Ahora Pablo hace alusión al bautismo, que es una ordenanza del Señor para todo aquél que se convierte y éste “se bautiza en su muerte”, en el sentido que “somos sepultados juntamente con él para muerte”. Implica la idea que al sumergirnos morimos al mundo y al salir del agua salimos para una vida nueva dedicada al Señor.
3. (vs. 5-6) Sabemos que así como Cristo resucitó nosotros también resucitaremos. Ahora debemos mantener “al viejo hombre crucificado”, no permitirle tomar acción y controlar nuestra voluntad, y esto debe ser hasta “que el cuerpo de pecado sea destruido”, la idea es que no sirvamos más al pecado. La destrucción del mismo será cuando el Señor nos transforme a su semejanza.
4. (vs. 7-8) Si hemos muerto entonces hemos sido justificados del pecado. Cristo murió por nosotros y ahora somos justificados por la fe en Él. Y hemos muerto con Él, y sabemos que también “viviremos con Él”.
5. (vs. 9-10) Pablo dice que si Cristo resucitó entonces ya no muere, lo hizo por nosotros, pero la muerte ya no tiene por qué enseñorearse de Él. Lo hizo una vez y ahora vive para Dios, nosotros también viviremos con El.
6. (vs. 11-12) Ahora nosotros también debemos considerarnos “muertos al pecado”, pero estamos vivos para Dios en Cristo, y no debemos permitir que el pecado se vuelva a enseñorear de nosotros, si lo hace entonces lo obedeceremos en sus concupiscencias (Apetito desordenado de placeres sensuales o sexuales. Deseo ansioso de bienes materiales).
7. (vs. 13-14) Ahora tenemos el desafío de presentar nuestros cuerpos “como instrumentos de justicia”, debemos evitar que el pecado se enseñoree nuevamente de nosotros pues “ya no andamos bajo la ley, sino bajo la gracia”.
8. (vs. 15-16) El hecho de que ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia no nos debe llevar a pecar. Esto significaría que nos volveríamos a hacer esclavos del pecado y el Señor quiere que obedezcamos a la justicia.
9. (vs. 17-18) El Señor nos dio a conocer aquella “forma de doctrina” que hace alusión al Evangelio” que nos ha libertado del pecado. Entonces ahora somos “siervos de la justicia” y debemos mantenernos siempre así.
10. (vs. 19-20) Estamos llamados a presentar nuestros miembros a santificación a fin de “servir a la justicia”. Sin santidad nadie verá al Señor, entonces no nos hagamos nuevamente esclavos del pecado.
11. El fruto de esa vida de pecado es la muerte. De estas cosas debemos avergonzarnos, pero ahora que somos “siervos de Dios”, tenemos “como fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. El pecado nos condena a la muerte, pero “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús.
CONCLUSIÓN:
Hace años una madre viuda, joven, viajaba a pie por las montañas de Escocia cuando le sorprendió una tempestad de nieve que le impidió llegar a su destino.
A la mañana siguiente al hallarle helada, descubrieron que se había quitado toda su ropa exterior para abrigar con ella a su hijito a quien encontraron vivo gracias a tal protección.  El Sacerdote que ofició el entierro de esta madre abnegada, solía contar con frecuencia esta historia como ilustración del amor de Dios, quien mandó a su Hijo a morir por nosotros.  Una noche el predicador contó una vez más esta emocionante historia y pocos días después recibió recado para visitar a un hombre muy enfermo quien le dijo: -Usted no me conoce, porque aunque he vivido muchos años en esta ciudad nunca asistía a las iglesias; pero el otro día pasé por delante de su Iglesia y oí la historia de una madre que dio la vida para salvar a su hijo, y explicó usted tan claramente que tal amor es una ilustración del amor de Cristo que dio su vida por nosotros, que por primera vez comprendí la grandeza de este amor.
 Yo soy aquel hijo por el cual su madre murió helada y he querido hacerle saber que mi madre no murió en vano.  Quiero dar mi vida por Cristo: El sacrificio de mi madre me servirá para salvar mi cuerpo y mi alma por medio de Cristo.



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