miércoles, 13 de enero de 2016

UNA GENERACIÒN QUE NO CONOCE A DIOS



“Pero murió Josué hijo de Nun, siervo de Jehová, siendo de ciento diez años. Y lo sepultaron en su heredad en Timnat-será, en el monte de Efraín, al norte del monte de Gaas. Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel.”, Jue. 2:8-13.

Los días que nos tocan vivir son asombrosos por la forma cómo la gente puede desconocer a Dios. Hoy podemos ver que existe una generación de hombres y mujeres que no tienen temor de Dios, que echan tras sus espaldas la palabra de Dios y no les interesa preocuparse por su salvación. Es la época en que diluimos el mensaje de Cristo para dar cosas halagüeñas a la gente, cosas que les gusta oír, hoy abundan los maestros que aprovechan “el comezón de oír de los incrédulos”, para darles lo que quieren menos la palabra de Dios. Es el tiempo en que en lugar de decirle a la gente que se arrepienta de sus pecados, le hablamos mensajes de superación personal. Como decía un amigo pastor, hoy ya la gente “no quiere mensajes, sino masajes”, quieren que se les engría, que se les diga que son buenos, que ellos tienen poderes y capacidades que deben saber explotar y encauzar debidamente. Seguramente es preferible decirle al pecador que “en ti hay un campeón”, antes que decirle como el profeta Isaías le decía al pueblo pecador de su tiempo: “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”, (Is. 1:6). A nadie le gusta que le digan que está en fornicaciòn o adulterio, o que vive en corrupción moral y espiritual y que si no se arrepiente se irá al infierno. Estas cosas suelen ser ofensivas, y como dijo alguien “no es estratégico si es que queremos ganar almas para la iglesia”. Creo que lo que dice Jueces proféticamente se está proyectando a nuestro tiempo, pues ahora también existe una “generación que no conoce a Jehová”. Es una generación que no conoce al Dios verdadero que se ha revelado por medio de su Hijo Jesucristo y desea salvarla, pero antes debe arrepentirse de sus pecados y creer en Jesús como su Salvador personal. Es increíble ver hoy cómo se le invita a la gente a aceptar a Cristo sin llamarle como digo al arrepentimiento y a la renuncia al pecado. No existe un malestar, un dolor, un corazón compungido por el pecado, nada de esto,  convertirse ahora es como cambiarse de equipo, como un cambio de camiseta, porque seguir a Cristo trae más ventajas que no seguirlo, pues Él es milagroso, te da poder, victoria, unción, prosperidad, dinero, propiedades, y por supuesto la vida eterna. Pero es un llamado a no cambiar, a mantenerte en tus debilidades y ataduras y seguir siendo esclavo del pecado. Es un llamado a seguir siendo el hombre de siempre que no ha cambiado ni le interesa cambiar de estilo de vida, porque sencillamente no se le dijo “que se arrepienta”. El mensaje apostólico de la iglesia primitiva no se escucha con frecuencia en los llamados “apóstoles de nuestro tiempo”, que dice: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor” (Hch. 3:19). Si la gente no se arrepiente y no le interesa hacerlo, por más que acepten a Cristo no entrarán al cielo, porque tampoco estarán dispuestos a “hacer la voluntad del Padre”. El mensaje de Cristo no está en cuestión, está en cuestión la forma cómo la gente de hoy se convierte. No nos debe extrañar que nuestras iglesias estén pobladas y superpobladas de personas que solo Dios sabe si se han arrepentido verdaderamente. En los países donde se dice que existe “un  avivamiento del Espíritu”, existe el incremento de la delincuencia, la pobreza, la corrupción y el pecado, y ¿llamamos a esto avivamiento? Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis”. Seguramente que los frutos de una vida consagrada y en santidad son más importantes que llenar los templos de personas que no sabemos si saben què significa vivir como Dios manda. Sólo espero que Dios nos ayude a reflexionar sobre nuestra propia condición espiritual y nos ayude a no predicar un evangelio diluido que no llame a la gente al arrepentimiento y crea encima que entró al cielo cuando probablemente no sea así. El convertido auténtico da frutos, el que no, produce espinos. El convertido auténtico tiene las lámparas encendidas, el que no, no tiene aceite. El convertido auténtico produce a treinta, a sesenta y a ciento por uno, el que no, no produce nada. Dios nos ayude a ser fieles a su mensaje y que lo anunciemos como debe ser y veamos los frutos debidos para su gloria, haciendo caso a lo que dice el apóstol Pablo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad”, (2 Ti. 2:15).

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