jueves, 14 de enero de 2016

PREDICAMOS Y NO NOS HACEN CASO



Es verdad, a pesar de que uno predica y escribe y usa los medios disponibles como la radio, la televisión, las redes sociales y otros más para difundir el mensaje de Cristo, parece que a la gente no le interesa. Es probable de que haya algunos que sí le pongan interés, pero te aseguro que hay muchos que cuando ven que se trata de algo bíblico, rápidamente dirigen el mouse a otra cosa. Esto no nos debe desalentar, debemos seguir anunciando el mensaje de salvación. Recuerdo que al profeta Jeremías que tuvo un ministerio de 50 años nadie le hizo caso. El profeta llorón, como así se le llamaba, tenía sobradas razones para tirar la toalla y decir: “Nadie me hace caso, y ¿para qué sigo predicándoles a estos incrédulos?”, pero no lo hizo, siguió anunciando un mensaje que era de vida o muerte. Nadie se convirtió, nadie le hizo caso, si tuviéramos que definir a Jeremías usando los criterios que usan hoy las modernas recetas del “iglecrecimiento”, pues su ministerio fue un fracaso total. ¿Qué iglesia o denominación quisiera invertir en un misionero que no logra ninguna conversión en 50 años? ¡Nadie! Pero hay que entender que a Jeremías no lo envió ninguna agencia misionera, ninguna denominación, su llamado vino de Dios, Él lo envió y lo sostuvo y lo hizo pasar por dramáticas experiencias e hizo que cumpla con el propósito para el que fue enviado. Nosotros tenemos otras maneras de concebir las cosas, el aspecto utilitario no deja de infiltrarse a la hora de evaluar a un misionero o ministro del evangelio: “Si no hay resultados, mejor retírate, no eres el hombre o no hay siervo equivocado sino mal ubicado”, esto lo he escuchado hasta el cansancio. Creo que Dios tiene sus criterios, tiene sus formas de hacer la obra, no necesariamente de acuerdo a los nuestros, pues como dice el Señor: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Is. 55:8). De ser así entonces no te sientas mal, si crees que Dios te llamó, Él sabe lo que tiene que hacer contigo, es cierto que Jeremías no vio resultados como hubiera deseado, pero su libro es un gran referente, y ha quedado impregnado en la literatura sagrada de los judíos. Se aprecia el amor de Dios por su pueblo y la dureza de éste para arrepentirse. El profeta fue fiel al llamado y siguió al Señor a pesar de no ver las almas convertirse a Dios. Recuerda que las almas no se convierten por nosotros, se convierten por la acción del Espíritu Santo, y el Espíritu no hace nada si el corazón se vuelve duro, pues de lo contrario todo el mundo se iría al cielo, pero en la práctica no es así. Cada día el infierno se está poblando de gente que muere sin Cristo, cada día hay personas que mueren sin la salvación que escucharon de parte de los Jeremías que han intentado acercar sus corazones a Dios y no pudieron, sin embargo fueron fieles al llamado de Dios de anunciar. Si eres un siervo de Cristo entregado completamente a predicar su palabra y no ves los resultados ahora, no te desanimes, sigue predicando, sé fiel a tu encargo, Dios hará su obra en su momento, si has hecho todo lo posible y no ves los resultados como esperas no te preocupes, has cumplido con tu encargo. Es cierto que hay que orar, hay que buscar intensamente el rostro de Dios, porque el Señor no bendice al ocioso, al que no hace nada, sino al emprendedor, al industrioso, al activo en extender su reino. Si eres así, Dios siempre te recompensará al permitirte ver las almas convertirse; es cierto que hay terrenos tan duros como el que tuvo Jeremías donde difícilmente verás resultados. Nuestro Señor Jesús no hizo milagros en Nazareth por la dureza de los habitantes, y no es de extrañar que esto también se repita en nuestros tiempos. Sería valiente ver a un evangelista que vaya a predicar a los del Estado Islámico y venir a decirnos que se han convertido muchos de ellos, y que lo haga antes de que pierda la cabeza, realmente sería un milagro. Con todo debemos ser fieles al llamado y cumplir con nuestra encargatura y dejar los resultados en las manos de nuestro Señor, que Dios nos ayude: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”, 1 Co. 3:7.

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