lunes, 11 de enero de 2016

LA REFLEXIÒN DEL DEDO MEÑIQUE



Hace tiempo escuché a Ricardo Belmont contar una historia de un hombre que se quejaba porque no tenía zapatos hasta que vio a un tipo que no tenía pies y dejó de quejarse. La vez pasada estaba quejándome porque me dolía el dedo meñique y sucede que ese dolor se había expandido en parte de la mano. Fui al médico y me dice que lo que tengo es un problema de artrosis. Bueno uno cuando escucha algo así, o te deprime o lo tomas deportivamente aunque esto último es más difícil que suceda. Claro, de todos modos uno se puede preocupar, y como que se te apaga un poco la alegría, y dices: “Sí, eso me pasa por no saber cuidarme”, o “creo que ya me estoy haciendo viejo”, en fin pueden venir a tu mente una serie de pensamientos que incluso, como cristiano, lo relacionas con pruebas, ataques el enemigo, aguijones, etc. Hasta que vi a Nick Vujicic y como dice Belmont “dejé de quejarme”. La naturaleza humana es así, espero no ser el único, solemos quejarnos de nimiedades cuando luego vemos que alguien está peor que nosotros y es como que Dios nos calla la boca y nos dice que “todo está bajo control”. Además el dolor de un dedo meñique no se compara en nada con el sufrimiento de Cristo en la cruz. Efectivamente, aunque te duela el dedo meñique, la mano, el brazo y por último el cuerpo entero, Dios tiene todo bajo su control, y si Él desea que pases por esta experiencia, pues sabrá con qué objetivo lo hace. Dice el apóstol Pablo: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”,  (2 Co.4:17). Así que ya me olvido que tengo dolor, me olvido de mi artrosis, me olvido de todo cuando tengo a Cristo en mi corazón y ahora me da ganas de vivir que se irían si quito la mirada de Jesús como hizo Pedro y empiezo a ver que el agua se mueve, o siento que los vientos soplan, ahí sí empezaría a hundirme. Deja tus dolencias y dificultades en las manos del Señor, Él, se hará cargo de todo, y pasarás la vida como si realmente no tuvieras nada. No olvides que tu médico principal no está en el hospital, está en los cielos: “El es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades”, (Sal. 103:3).

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