miércoles, 6 de enero de 2016

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN



“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”, Jn. 7:24
Hoy vivimos en la época de las apariencias, en donde todo entra por los ojos: La moda, el gimnasio, la belleza, el ornato, la comodidad, el buen alumbrado, entre otras cosas se pueden percibir por los ojos y nos dicen muchas cosas. Del mismo modo, esta forma de pensar se filtra de nuestras iglesias y creemos que lo aparente tiene un significado espiritual, puede ser cierto puede que no. Muchas congregaciones están sometidas a la “dictadura de las cifras”, pues se cree que cuanta más gente tienen es indicio de un avivamiento, de un verdadero crecimiento espiritual, de un poderoso obrar del Espíritu Santo. Pienso que deberíamos analizar otros factores más antes de llegar a tales conclusiones. Jesús les dijo a los fariseos de su tiempo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”, (Mt. 23:27). Si Jesús se hubiera dejado llevar por la simple apariencia pues de hecho habría concluido que la clase farisea era la más espiritual de su época, pero lamentablemente no fue así. Sabía lo que había en el corazón de ellos es por eso que comparó sus corazones a un montón de “huesos secos y llenos de toda inmundicia”. ¿Quién nos puede asegurar que en aquellas mega iglesias o super iglesias donde existen miles de miembros no existan también hermanos cuyos corazones sean semejantes a los de los fariseos? Sólo Dios puede saber eso, pero pienso que más que dejarnos embaucar por las cifras de  las cuales se alimentan muchos líderes religiosos, pues deberían preocuparse en medir el crecimiento de sus congregaciones en base a la calidad espiritual de sus fieles, a la consagración, testimonio y fidelidad en su relación con Dios, al amor al prójimo, a la seriedad en su mayordomía, en la forma cómo llevan sus hogares, cómo crían a sus hijos, y cómo se comportan con sus cónyuges. Tristemente hay que decirlo, no existen estadísticas que midan el crecimiento espiritual en base a todo esto, la mejor manera de cerciorarnos de un crecimiento es “por las cifras”, y éstas pueden ser engañosas. Recordemos que el Señor dice que Él conoce a los suyos (2 Ti. 2:19), y que también la manera cómo podemos entender y reconocer a un auténtico cristiano es por “sus frutos” (Mt. 7:16). Jesús nunca dijo, ni los apóstoles que miremos las cifras como factores de crecimiento; es verdad que cuando Pedro predicó su primer sermón se convirtieron como “tres mil personas” (Hch. 2:41), y más tarde cinco mil personas (Hch. 4:4). Pero creo que los apóstoles entendían que no siempre los números pueden ser reflejo de la realidad espiritual, pues tenían siempre en mente lo que dijo Jesús: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos”, (Mt. 20:16). Y creo que nosotros también deberíamos pensar lo mismo, pues antes que esperar llenar nuestros templos de personas para que esto contribuya a inflar nuestro ego y sentirnos bien con aquellos que nos han empleado como ministros para pastorear, deberíamos asegurarnos que aquellos que son parte de nuestra grey, muchos o pocos, sean realmente renacidos y lleven una vida de comunión con Dios genuina y auténtica, y que la refrenden a través de sus frutos, frutos que vayan en consonancia con la voluntad de Dios, pues Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”, (Mt. 7:21).

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