“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres...” — Lucas 4:18
I. Una mirada a la realidad del Perú
El Perú es un país de contrastes: Por un lado, crecimiento económico y modernización; por otro, dolor y desigualdad.
Según el INEI (2025), alrededor del 26% de los peruanos vive en pobreza, y cerca del 2% en pobreza extrema.
Eso significa que más de medio millón de personas no tienen recursos ni siquiera para alimentarse adecuadamente cada día.
Las regiones más afectadas son Huancavelica, Ayacucho, Puno, Apurímac y Cajamarca, donde algunos pueblos sobreviven con menos de 5 soles diarios.
Mientras tanto, en las grandes ciudades como Lima o Arequipa, el progreso avanza, pero los cinturones de miseria crecen silenciosamente.
Esta brecha no solo es económica: es moral y espiritual.
Nos muestra cuán lejos está nuestra sociedad de cambiar esta realidad de muchos peruanos..
II. La Biblia y el clamor del pobre
Dios escucha el llanto de los que sufren. En toda la Escritura, Él se presenta como Defensor de los necesitados: “El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; mas el que tiene misericordia del pobre, lo honra.” — Proverbios 14:31
La pobreza no es simplemente una estadística: es una herida que Dios ve.
Cada niño desnutrido, cada anciano olvidado, cada madre que lucha por alimentar a sus hijos, son recordatorios vivos de que el reino de Dios aún no ha sido establecido en plenitud.
III. Jesús: esperanza para los olvidados
Cuando Jesús dijo en Lucas 4:18 que vino a “dar buenas nuevas a los pobres”, no hablaba solo de salvación espiritual.
También ofrecía dignidad, pan, consuelo y justicia.
Él sanaba, alimentaba y abrazaba a los que la sociedad despreciaba.
El Evangelio de Cristo no es indiferente al hambre ni a la pobreza: es un mensaje de restauración integral.
Por eso, cuando el Perú enfrenta pobreza extrema, la Iglesia no puede callar.
Somos llamados a ser voz, manos y corazón de Jesús para los que viven sin esperanza.
IV. La Iglesia y su responsabilidad
Dios no nos pide que resolvamos toda la desigualdad del país, pero sí que encarnemos su amor en nuestra comunidad.
Cada iglesia puede ser un faro de esperanza en su entorno:
Alimentando al hambriento.
Enseñando a los niños.
Capacitándose para generar trabajo digno.
Orando e intercediendo por justicia social.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” — Mateo 5:16. El cambio nacional comienza cuando la fe se convierte en acción.
V. Un llamado a despertar
La pobreza extrema no es solo un problema económico; es una llamada de Dios al corazón del pueblo peruano.
Nos recuerda que la verdadera prosperidad no está en las cifras, sino en la justicia, la equidad y el amor al prójimo.
“El juicio será sin misericordia para el que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.” — Santiago 2:13
Mientras haya hermanos viviendo con hambre, la misión de la Iglesia aún no ha terminado.
El Perú necesita un avivamiento con conciencia social. Un despertar donde la fe se traduzca en compasión.
Donde el Evangelio no solo se predique con palabras, sino también con pan, justicia y amor.
Que la Iglesia del Señor se levante para ser canal de esperanza en medio de la necesidad.
Que cada creyente pueda decir con convicción:
“No puedo cambiar todo el país, pero sí puedo reflejar a Cristo en mi comunidad.”
Oración final:
Señor, abre nuestros ojos para ver la pobreza no solo con estadísticas, sino con tu corazón.
Enséñanos a actuar con amor, a compartir con generosidad y a reflejar tu justicia.
Haz del Perú una nación donde tu Reino se manifieste en misericordia y verdad.
En el nombre de Jesús, amén.

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