En la vida todos pasamos por momentos de frustración. Son esos instantes en los que sentimos que los esfuerzos fueron en vano, que los sueños se desmoronan y que nada sale como esperábamos. A veces, la frustración golpea tan fuerte que quita las fuerzas, apaga la fe y nos hace pensar que no vale la pena seguir intentando.
Pero en medio de ese dolor silencioso, hay una verdad que no debemos olvidar: Dios nunca se rinde con nosotros. Aunque nosotros bajemos los brazos, Él sigue obrando en lo oculto, preparando nuevas oportunidades para levantarnos.
Cada caída puede ser una escuela; cada fracaso, un peldaño hacia una nueva etapa. La frustración no es el final del camino, sino una pausa en la que Dios nos invita a confiar más en Él que en nuestras propias fuerzas.
La Biblia dice en Miqueas 7:8: “No te alegres de mí, enemiga mía; porque aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz.”
Esa es la actitud del creyente: no rendirse. Caer puede ser inevitable, pero levantarse es una decisión de fe.
Si hoy te sientes frustrado o derrotado, recuerda que Dios sigue siendo el mismo. Él puede abrir puertas que jamás imaginaste, restaurar lo que creías perdido y darte un nuevo comienzo.
No te rindas. Cada día es una nueva oportunidad para ver la fidelidad de Dios en acción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario