Muchos piensan que sin dinero la obra de Dios no puede avanzar; que la iglesia necesita grandes recursos económicos para crecer, evangelizar o impactar al mundo. Sin embargo, cuando miramos la Palabra de Dios, encontramos una verdad que trasciende toda lógica humana: la obra de Dios no depende del dinero, sino del poder de Dios y la obediencia de su pueblo.
1. Jesús no dependió del dinero para extender el Reino
Cuando Cristo vino a la tierra, no tenía respaldo económico ni instituciones poderosas. Nació en un pesebre, no en un palacio. No fundó una organización con recursos, sino que formó discípulos llenos del Espíritu Santo.
“El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.” (Mateo 8:20)
Jesús predicó, sanó enfermos, alimentó multitudes y transformó vidas sin depender de riquezas materiales. Lo que movía su ministerio era la fe, la compasión y la autoridad espiritual.
Cuando alimentó a cinco mil personas, no usó dinero, sino un milagro (Juan 6:1-14). Cuando necesitó pagar impuestos, Dios proveyó una moneda en la boca de un pez (Mateo 17:27).
En cada caso, la provisión siguió a la misión, no al revés.
2. La iglesia primitiva creció sin recursos, pero con poder
Los primeros cristianos no tenían templos, ni medios modernos, ni grandes fondos económicos. Sin embargo, “trastornaron el mundo” (Hechos 17:6).
¿Cómo lo hicieron?
Con oración ferviente (Hechos 4:31)
Con unidad de corazón (Hechos 2:44)
Con fe en la Palabra
Con el poder del Espíritu Santo
El crecimiento de la iglesia no fue un resultado financiero, sino espiritual. El dinero apareció como consecuencia, no como requisito.
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía...” (Hechos 4:32)
Cuando hay verdadera consagración, Dios mismo mueve corazones para suplir lo que falta.
3. El dinero es un instrumento, no la fuente
La Biblia no condena el uso del dinero, pero advierte que no debe ser el fundamento de la fe.
“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero.” (1 Timoteo 6:10)
El dinero puede servir para imprimir Biblias, construir templos o enviar misioneros; pero sin el Espíritu de Dios, todo eso sería solo una obra humana.
Por el contrario, cuando hay fe, obediencia y santidad, Dios multiplica lo poco.
“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (Zacarías 4:6)
4. Los factores verdaderamente necesarios
Para que la obra de Dios crezca, la Biblia muestra que estos elementos son esenciales:
Oración constante – Sin comunión con Dios, no hay poder.
Santidad y obediencia – La pureza abre las puertas de la bendición.
Fe en la provisión divina – Dios honra a los que confían en Él.
Unidad y amor – Donde hay unidad, Dios derrama su bendición (Salmo 133).
Visión espiritual – Saber qué quiere Dios hacer, no solo lo que nosotros queremos construir.
Cuando estos elementos están presentes, el dinero llega en su tiempo justo. Pero si el dinero viene primero, corre el riesgo de desplazar a Dios del centro.
5. Dios puede glorificarse sin dinero
Sí, Dios puede glorificarse sin plata, porque Él es la fuente de todo. Él hizo el universo sin capital, creó al hombre sin herramientas, alimentó a Elías con cuervos (1 Reyes 17:6), y multiplicó el aceite de una viuda (2 Reyes 4:1-7).
El poder de Dios no depende de los recursos humanos. Él se glorifica cuando su pueblo confía en Él, aun en la escasez.
No pongas tu confianza en el dinero, sino en Dios.
El dinero puede acabar, pero el poder de Dios permanece.
Ora por visión y dirección antes que por provisión.
Donde hay propósito divino, habrá provisión divina.
Sé fiel en lo poco.
Dios multiplica lo que se administra con fidelidad.
Recuerda que la verdadera riqueza es espiritual.
La iglesia más poderosa no es la que más dinero tiene, sino la que más presencia de Dios carga.
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
(Mateo 6:33)

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