Cuando leemos la historia de Saulo de Tarso, luego conocido como el apóstol Pablo, encontramos un ejemplo poderoso de transformación y compromiso. Aquel hombre que antes perseguía a los cristianos, al encontrarse con Cristo en el camino a Damasco, no tardó en tomar una decisión radical: “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hechos 9:20).
No esperó años para comenzar a servir. No necesitó que alguien lo motivara constantemente. Su encuentro con Jesús fue tan real, tan profundo, que no pudo quedarse callado. Su corazón ardía por anunciar al Salvador que había cambiado su vida.
Este testimonio contrasta tristemente con la actitud de muchos creyentes de hoy. Algunos viven una fe superficial, sin pasión ni compromiso, como si seguir a Cristo fuera una carga ligera o una actividad más del calendario. Otros se conforman con asistir a la iglesia, pero su testimonio en el trabajo, en el hogar o en la sociedad deja mucho que desear.
Saulo nos enseña que la verdadera conversión produce un fuego interior que impulsa a servir, a hablar, a testificar. Un cristiano que ha conocido realmente a Cristo no puede permanecer indiferente. La gracia que lo alcanzó lo mueve a consagrarse, a vivir en santidad y a ser un instrumento útil en las manos de Dios.
Que el ejemplo de Pablo nos desafíe a vivir una fe comprometida, ferviente y coherente. Que podamos decir con convicción, como él mismo expresó:
“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
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