martes, 28 de octubre de 2025

CUANDO EL RUIDO APAGA LA VOZ DE DIOS

 


Vivimos tiempos en que la tecnología ha llegado también a las iglesias, y con ella, una peligrosa confusión entre emoción y unción, entre ruido y presencia, entre espectáculo y adoración.

Hoy, muchos confunden el poder de Dios con parlantes ensordecedores, luces llamativas, efectos de sonido y música que despierta la emoción. Pero el poder de Dios no necesita amplificadores ni escenografías. Cuando el Espíritu Santo se mueve, no produce histeria ni confusión, sino convicción, arrepentimiento y transformación.

Jesús no necesitó luces ni escenarios para sanar al enfermo, liberar al cautivo o resucitar al muerto. Su autoridad provenía de la comunión con el Padre y del respaldo del Espíritu. Hoy, en cambio, muchos confunden lo espectacular con lo espiritual, y lo emotivo con lo genuino.

El enemigo es sutil: si no puede destruir la iglesia con persecución, tratará de distraerla con entretenimiento. Y así, en medio del ruido, la voz de Dios se hace cada vez más difícil de escuchar.

La Biblia dice:  “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios.” — 1 Juan 4:1

Hay cultos llenos de movimiento, pero vacíos de contenido; multitudes emocionadas, pero no transformadas. Podemos levantar las manos y llorar, pero si el corazón no cambia, si no hay fruto, si no hay santidad, no hemos conocido verdaderamente la presencia de Dios.

Iglesia, despertemos. No todo fuego es del cielo. No todo temblor viene del Espíritu.

Volvamos a la sencillez del evangelio, a la pureza de la Palabra, a la verdadera adoración en espíritu y en verdad.

Que el brillo de las luces no opaque la cruz,

que el sonido de los parlantes no silencie la voz del Espíritu, y que nunca cambiemos la presencia por la apariencia.

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