Desde el principio, Dios te soñó,
en su imagen y semejanza te formó.
No como ayuda débil o en segundo lugar,
sino como fuerza que al mundo va a transformar.
Eres musa de sabiduría y de amor,
en tu corazón se refleja el Creador.
En tu voz, como en las aguas del mar,
resuena su gracia que no deja de hablar.
En tus manos, la habilidad de edificar,
en tu mirada, la luz que sabe guiar.
Con amor eres la que sostiene, la que da,
el alma que al hogar y a la iglesia vivifica y da paz.
Eres la esposa fiel, la madre amorosa,
como la mujer sabia, que su vida es virtuosa.
Tu corazón es fuerte, tu fe es firme,
y como la mujer de Proverbios, sabes por qué existes.
Desde María, la madre del Salvador,
hasta las mujeres que alumbra su amor,
tu valor no es medido en vanidad o poder,
sino en el corazón que aprende a servir y a creer.
Eres igual en dignidad ante el Rey,
y tu vida refleja su amor, sin ley.
La mujer en Cristo es libre, gloriosa,
con fuerza inquebrantable, y belleza preciosa.
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