“Y dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo, que has traído
sobre él tan gran pecado? Y respondió Aarón: No
se enoje mi señor; tú conoces al pueblo, que es inclinado a mal. Porque me dijeron: Haznos dioses que vayan
delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra
de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y
yo les respondí: ¿Quién tiene oro? Apartadlo. Y me lo dieron, y lo eché en el
fuego, y salió este becerro”. Ex. 32:21-24.
Los pastores, ministros de Dios
son hombres llamados a una labor muy sagrada y espiritual, es por eso que para
cumplir con esta función deben tener un llamado. Este debe ser evidente porque
cualquiera no puede entrar al ministerio pastoral, ya que “..nadie toma para sí
esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón”, He. 5:4. De
ser así entonces debe ser un hombre de solidez moral y espiritual, inclinado
más al servicio de Dios y consagrado a Él.
Es sabido que un hombre de
tremenda talla debe mostrar fortaleza siempre, dada la magnitud de su oficio;
una fortaleza que la adquiere día a día en su contacto personal con Dios, en su
búsqueda incesante en oración, vigilias y ayunos siguiendo el ejemplo que dejó
el Salvador, pues mientras estaba en la tierra dependía constantemente del
Padre celestial que lo ayudaba y fortalecía para su magnánima tarea.
En el pasaje leído vemos a Aarón,
hermano de Moisés, un líder espiritual, era la “voz de Moisés”, un hombre
elocuente al cual Dios escogió para apoyar a su hermano en la titánica labor de
sacar a Israel de Egipto y llevarlo por el desierto hasta introducirlo en la
tierra prometida.
Mientras su hermano estaba en el
monte Sinaí recibiendo las tablas de la ley, Aarón quedó a cargo del pueblo, pero
la demora de su hermano y la impaciencia del pueblo que lo consideraba muerto,
lo tentaron a generar una situación no sólo incómoda, sino peor que eso, el
hacer caso a las insinuaciones pecaminosas de la nación que no entendía aún los
propósitos divinos. Lo tentaron a fabricar un dios que los guie por el desierto,
una obra de manos humanas, ya que fue el mismo Aarón que se prestó a este fin,
como dicen los vs. 3-4: “Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro
que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón; y él los tomó de las manos de
ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición.
Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de
Egipto”.
Aarón demostró una debilidad
como la puede mostrar cualquier líder que descuida la perspectiva de Dios y
esto también como consecuencia del descuido de la comunión con Dios. Si pierdes
contacto con Él, entonces eres susceptible de que tus debilidades afloren,
entre ellas, ser condescendiente con los designios de la multitud. Por no
quedar mal y perder el interés de la muchedumbre, que no siempre anda de
acuerdo a la voluntad de Dios, pierdes la guía del Espíritu y puedes
encaminarte por rumbos extraños.
Los líderes débiles pierden
objetividad y andan desintonizados de la voluntad de Dios, su mal testimonio
será observado por otros y pronto su inconducta generará el menosprecio de
muchos. Es por eso que es importante que como líder o pastor que eres, no te
dejes llevar por lo que te dice la mayoría, sino que busques con mucho cuidado
la voluntad divina. Eso de que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, puede ser
un refrán interesante, pero no siempre es cierto. La multitud puede estar equivocada,
vemos que la sociedad opta por ideologías extrañas en abierta oposición a la
voluntad de Dios y no podemos decir que expresan el sentir del Creador.
Como siervo de Dios cuida
primero tu comunión con Él, busca su dirección cada día, sobre todo si es que
eres guía de tu congregación, pide a Dios que cada día te dé fortaleza anímica,
moral y espiritual y no cedas fácilmente a las insinuaciones de los muchos que
pueden estar equivocados y te pueden hacer errar. Aarón no dejó un buen
precedente con esto y aunque tenía el verbo y la oratoria que carecía su
hermano Moisés, éste aun con las falencias que él mismo pensaba tener, siempre
mostró ser un líder consagrado a Dios, a quien buscaba constantemente para
entender sus planes y no dejarse arrastrar por las insinuaciones de lo pocos o
de los muchos, pues no hacía nada sin antes recibir el consejo de Dios.
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