En
la Biblia, el engaño de las riquezas es un tema recurrente que advierte sobre
los peligros de poner nuestra confianza y prioridades en las posesiones
materiales en lugar de en Dios. Jesús mismo habló sobre este tema en varias
ocasiones, como en Marcos 10:25, donde dijo: "Más fácil es pasar un
camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios".
El
engaño de las riquezas radica en la ilusión de seguridad y satisfacción que
pueden ofrecer, mientras que en realidad, pueden desviar nuestra atención de lo
que realmente importa: nuestra relación con Dios y los valores eternos. En
Mateo 6:19-21, Jesús enseña: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la
polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos
tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones
no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón".
En
la sociedad actual existe el fenómeno del consumismo, bueno en realidad siempre
existió, pero ahora adquiere más vigor, dado que en un contexto donde los
valores se relativizan y el temor de Dios se apaga, al hombre no le queda otra
cosa que idolatrar el dinero y desvivirse por él. Y a pesar de que sabe que el
amor al dinero lo puede llevar a quebrantar leyes y delinquir, pues al parecer no
le interesa.
Personalmente
no creo que Dios esté en contra de la prosperidad material, si vamos a la Biblia
veremos que muchos hombres de Dios la tuvieron: Abraham, Salomón, David entre
otros. Sin embargo, se puede ver que la prioridad
de ellos no fue llenarse de riquezas, sino llevar una vida que agrade a Dios y
que esté dispuesta a hacer su voluntad. En la sociedad atea, agnóstica,
existencialista y materialista, el temor de Dios se extinguió hace tiempo y el ser
humano no hace otra cosa que cosechar tristemente las consecuencias de su
desatino.
La
Biblia nos recuerda que la verdadera riqueza se encuentra en invertir la vida
en el Reino de Dios y en cultivar una relación íntima con Él. Las posesiones
terrenales son temporales y pueden desaparecer, pero la riqueza espiritual
perdura para la eternidad. Por lo tanto, es importante que no permitamos que
las riquezas nos engañen y nos aparten del verdadero propósito de nuestras
vidas: amar y servir a Dios y a los demás.
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