La vida del creyente no está exenta de dificultades. Seguir a Cristo no significa caminar por un sendero libre de dolor, sino transitar un camino donde muchas veces la fe es puesta a prueba por medio de la aflicción, la incomprensión, la burla, el rechazo y, en algunos lugares del mundo, incluso la persecución hasta la muerte. Muchos preferirían evitar las tribulaciones, huir del sufrimiento y escoger solamente los momentos de calma; sin embargo, la realidad es que la fe verdadera casi siempre es probada en el fuego de la dificultad.
Jesús nunca prometió una vida sin problemas, pero sí aseguró su presencia en medio de ellos. El creyente es afligido, pero no abandonado; es presionado, pero no destruido; es probado, pero nunca dejado solo. Dios está cercano al quebrantado de corazón, sosteniendo con su mano al que ya no tiene fuerzas para seguir. En medio de la tormenta, cuando las fuerzas humanas se acaban, comienza a manifestarse el poder sobrenatural de Dios.
Mientras algunos sufren rechazo o dificultades diarias por causa de su fe, en otras partes del mundo hermanos nuestros están siendo encarcelados, torturados y asesinados simplemente por confesar el nombre de Cristo. Ellos nos recuerdan que seguir a Jesús tiene un precio, pero también un galardón eterno. Su testimonio silente, muchas veces marcado por lágrimas y sangre, nos desafía a no vivir una fe cómoda, sino una fe firme, valiente y perseverante.
La tribulación no llega para destruir al creyente, sino para purificarlo. A través de ella, Dios forma el carácter, fortalece la esperanza y nos enseña a depender completamente de Él. En los momentos de mayor dolor, también suele revelarse la presencia más dulce del Señor. Es ahí donde aprendemos que nuestra fortaleza no está en nosotros mismos, sino en Aquel que prometió no dejarnos ni desampararnos.
Si estás pasando por prueba, no pienses que Dios se ha alejado de ti. Al contrario, es cuando más cerca está. Cada lágrima que derramas no pasa desapercibida ante sus ojos, y cada carga que llevas Él la conoce. Permanece firme, no sueltes tu fe, aunque el camino se torne oscuro. La tribulación tiene un tiempo, pero la victoria en Cristo es eterna.
No estás solo. El mismo Dios que sostuvo a los profetas, a los apóstoles y a los mártires de la fe, hoy también te sostiene a ti. Levanta tu mirada, fortalece tu corazón y sigue avanzando. Después de la prueba, siempre llega la recompensa. Y después de la cruz, siempre viene la resurrección.
“Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová.”

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