Uno de los peligros más sutiles dentro de la vida cristiana es caer en el hábito de juzgar duramente a los demás, mientras ignoramos o minimizamos nuestras propias fallas. Jesús habló claramente de este tema cuando dijo:
“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3)
El creyente que vive observando los defectos ajenos suele desarrollar un espíritu cáustico, crítico y condenatorio. Tiene un “discernimiento” que no nace del Espíritu Santo, sino del orgullo disfrazado de espiritualidad. Este tipo de actitud no ayuda, no restaura, no edifica… solo divide, hiere y desanima.
1. El juicio sin misericordia revela un corazón no transformado
Cuando un creyente se enfoca en lo que otros hacen mal, pero es ciego a sus propios pecados, demuestra que aún no ha experimentado la profundidad de la gracia.
Jesús enseñó: “Con la medida con que medís, os será medido.” (Mateo 7:2)
El juicio severo hacia otros se vuelve un boomerang espiritual: todo lo que damos, regresa.
2. La crítica constante revela orgullo, no santidad
Muchos justifican su dureza diciendo: “Es que yo digo la verdad”, pero la verdad sin amor se convierte en un arma.
Pablo advierte: “Si no tengo amor, nada soy.”
(1 Corintios 13:2)
Es posible tener conocimiento bíblico, celo doctrinal y hasta apariencia de santidad… pero sin amor, todo es vacío.
3. La ceguera espiritual: ver lo pequeño y ocultar lo grande
Jesús no dijo que el hermano no tuviera una paja; la tenía. El problema no era ver una falla, sino que la propia viga era ignorada. Así ocurre con el creyente crítico:
Señala errores ajenos,
condena pecados menores,
se indigna por fallas superficiales,
pero calla, oculta o “se hace de la vista gorda” con sus propios pecados, a veces más grandes que los que señala.
4. La advertencia de Jesús: no seas hipócrita
Cristo fue directo:
“¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo.” (Mateo 7:5)
“Hipócrita” significa actuar, fingir, aparentar.
Es la advertencia más seria: quien juzga sin mirarse a sí mismo está representando un papel, no viviendo la verdad.
5. ¿Cuál es el camino bíblico?
Jesús no prohíbe discernir ni corregir; Él prohíbe hacerlo sin autoevaluación, humildad y amor.
El orden divino es:
Examínate primero.
Pídele al Espíritu que revele tu propia viga.
Arrepiéntete y cambia.
La corrección comienza en casa, en el corazón.
Entonces podrás ayudar a tu hermano.
No a destruirlo, sino a restaurarlo.
Pablo lo expresa con claridad:
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gálatas 6:1)
El creyente llamado a seguir a Cristo debe aprender a mirarse al espejo antes de mirar por la ventana. La verdadera madurez espiritual no consiste en ver los errores de los demás, sino en permitir que Dios trate nuestros propios pecados.
Solo quienes han sido quebrantados por su propia necesidad de gracia pueden extender gracia a los demás.

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