Pablo dijo que los creyentes somos “cartas abiertas”, conocidas y leídas por todos. No somos libros cerrados, ni mensajes ocultos. Somos vidas expuestas, testimonios vivos que revelan quién es Cristo aun antes de que alguien escuche un sermón.
Cada acción, cada palabra, cada reacción se convierte en tinta que escribe un mensaje. Para algunos, somos la única “Biblia” que leerán en todo el día. Y aquí surge la pregunta que confronta y anima: ¿Qué está leyendo la gente en nosotros?
Una carta abierta no puede esconder su contenido. Lo hermoso del evangelio es que Dios no nos pide ser cartas perfectas, sino cartas auténticas, transformadas por el Espíritu. Pablo dice que no fuimos escritos “con tinta”, sino con el Espíritu del Dios vivo. Eso significa que nuestra historia, con sus luchas, victorias, caídas y restauraciones, puede mostrar que Cristo vive y cambia.
Cuando perdonamos al que nos hirió, la gente lee gracia.
Cuando servimos sin esperar nada, leen amor.
Cuando permanecemos firmes en tiempos difíciles, leen esperanza.
Cuando caminamos en integridad, leen luz.
Cuando admitimos un error y pedimos perdón, leen humildad.
Ser una carta abierta es un llamado a vivir con transparencia, no para impresionar, sino para reflejar. No se trata de ser vistos, sino de que Cristo sea visible a través de nosotros.
Hoy, permite que el Espíritu siga escribiendo en tu vida. Que cada día, cada palabra y cada paso siga anunciando el mensaje eterno: Cristo vive, y su gracia transforma.

No hay comentarios:
Publicar un comentario