El profeta Elías, reconocido por su valentía al desafiar a los profetas de Baal en el monte Carmelo, enfrentó un momento de profundo desaliento descrito en el Libro de 1 Reyes, capítulos 18 y 19. Después de su victoria en el monte Carmelo, Elías, amenazado por la reina Jezabel, se sintió solo y temeroso. En su desesperación, huyó al desierto y pidió a Dios que le quitara la vida.
Dios respondió a Elías de una manera extraordinaria. En 1 R. 19:11-12, vemos que Dios no se manifestó en el viento fuerte, el terremoto o el fuego, sino en un susurro apacible. Esta revelación enfatiza la paciencia y la compasión de Dios, mostrando que a veces Él habla en momentos de quietud en lugar de hacerlo en circunstancias tumultuosas.
En un momento de su depresión, el profeta deseó morirse. En 1 R. 19:4 le dijo a Dios: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”. Al parecer después de obtener una gran victoria, preso de la emoción y la tensión estresante, se amilanó ante la amenaza de Jezabel y salió despavorido huyendo al desierto. No es nada raro ver que muchos hombres de éxito, incluyendo a los ministros de la palabra de Dios puedan ser objeto del desaliento en medio de sus victorias, pero deben recordar que como hombres que son, frágiles, sensibles, imperfectos y finitos pueden ser menoscabados por otros, pero Dios es el que obtiene el triunfo y Él sabrá cómo manejar una circunstancia adversa por más difícil que parezca. Debemos aprender a sostenernos en las fuerzas de Él, no en las nuestras, pues de lo contrario, veremos los frutos de nuestra fragilidad.
La historia de Elías nos enseña la importancia de confiar en Dios en medio de la adversidad. Aunque Elías experimentó momentos de desaliento, Dios estuvo presente, demostrando que su poder y consuelo son más grandes que nuestras debilidades. Este relato subraya la necesidad de buscar a Dios en la calma y confiar en su guía incluso en los momentos más difíciles.
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