Vivimos en una época caracterizada por cambios
rápidos y constantes, tanto a nivel tecnológico como social. La expresión
"una generación que se va" puede interpretarse de diversas maneras,
pero quizás pueda referirse a la sensación de transitoriedad y fluidez que
define nuestra experiencia en este momento.
Somos testigos de avances tecnológicos sin
precedentes que han transformado radicalmente la forma en que vivimos,
trabajamos y nos relacionamos. Las conexiones digitales han acortado las
distancias, permitiéndonos interactuar con personas de todo el mundo de maneras
que antes eran impensables. Sin embargo, este progreso también ha llevado
consigo desafíos, como la dependencia de la tecnología y la velocidad a la que
evolucionan las cosas, generando a veces una sensación de fugacidad en nuestra
manera de vivir.
A nivel social, somos una generación que busca
la igualdad, la diversidad y la sostenibilidad. Nos enfrentamos a desafíos
globales como el cambio climático, la desigualdad y la discriminación, y muchos
de nosotros estamos comprometidos con la construcción de un mundo más justo y
equitativo.
Pero a pesar de todos estos cambios y desafíos,
también somos una generación que se va formando, aprendiendo y adaptándose
constantemente. Estamos conectados de maneras que nos permiten compartir ideas
y valores, y tenemos la capacidad de influir y ser influenciados a una escala
sin precedentes. En este proceso de transformación, es esencial reflexionar
sobre quiénes somos y hacia dónde queremos ir como individuos y como sociedad.
Y es aquí donde debemos pensar que como
generación que termina su ciclo de vida, no puede conformarse con haber existido
un poco de tiempo y luego ser parte del olvido. Es así como el mundo lo concibe
y así nos lo enseñaron: que el hombre nace, crece, se reproduce y muere y
adiós. No es así, Dios tiene un plan maravilloso para nosotros, no quiere que
seamos parte del olvido. Dios envió a su Hijo Jesucristo para que puedas saber
que a través de Él puedes obtener la inmortalidad, la vida eterna. Y si es así
entonces tu vida no será un aliento fugaz, lo será para este mundo, pero Dios te
llevará a otra dimensión, la estancia suya donde estarás con Él y disfrutarás
de su Presencia, donde no habrá llanto, dolor, enfermedad y muerte, las cosas
que vemos a diario y nos agobian el alma.
Sí estoy convencido que Cristo vino a darnos
esa esperanza maravillosa y que sólo es posible obtenerla a través de la fe, la
fe en Él por supuesto. Accede a ella y comprenderás entonces que Dios no te
creó para vivir sólo un tiempo, sino eternamente y para siempre. “Yo he
venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn. 10:10).
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