martes, 2 de diciembre de 2025

UNA MUERTE LENTA

 


Jesús no murió únicamente en el momento en que exhaló su último aliento. Su muerte fue un camino largo, marcado por la conciencia plena de lo que iba a suceder. Desde mucho antes de llegar al Calvario, Él ya vivía con el peso de la cruz sobre su corazón.

La Escritura nos muestra que Jesús sabía perfectamente cómo, cuándo y por qué iba a morir:

“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho… y ser muerto” (Mateo 16:21).

Esto significa que cada paso que dio hacia Jerusalén fue un paso consciente hacia la muerte. No fue una sorpresa. No fue un accidente. Fue una entrega voluntaria, pero no por eso menos dolorosa.

Muchos piensan solo en los clavos, la sangre y la cruz, pero el sufrimiento de Jesús comenzó en su alma. En Getsemaní vemos a un Jesús profundamente angustiado: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38).

Aquí vemos con claridad su humanidad plena. Jesús sintió miedo, angustia, tristeza, presión emocional. La Biblia dice que su sudor era como gotas de sangre (Lucas 22:44), una señal de un nivel extremo de estrés. Él no solo iba a morir físicamente, sino que iba a cargar con el pecado del mundo, algo que ningún otro ser humano ha soportado jamás.

Su muerte no fue solo corporal, fue espiritual, emocional y mentalmente devastadora.

A su dolor interno se sumaron heridas emocionales profundas:

Fue traicionado por uno de los suyos.

Fue negado por Pedro.

Fue abandonado por sus discípulos.

Fue acusado injustamente.

Fue burlado, escupido y despojado de su dignidad.

Todo esto también mata por dentro. Jesús no solo murió por los clavos, sino también por la soledad, la injusticia y el rechazo.

Desde el arresto hasta la crucifixión pasaron horas de tortura continua: azotes, golpes, coronación de espinas, cargar la cruz, clavos, sed, asfixia. La crucifixión estaba diseñada para prolongar la muerte, no para acelerar la muerte. Cada respiración era una lucha. Cada minuto era dolor.

“Y estando en agonía, oraba más intensamente” (Lucas 22:44).

Jesús murió lentamente, pero obedeciendo perfectamente. No retrocedió, no huyó, no se defendió. Su silencio fue parte de su sacrificio. Su resistencia, parte de nuestra salvación.

La muerte de Jesús fue un proceso lento, que comenzó mucho antes del Calvario. Fue una muerte vivida con plena conciencia, con dolor real, con emociones humanas auténticas, con sufrimiento físico extremo y con una carga espiritual indescriptible.

Y precisamente por eso, su amor es aún más glorioso:

No murió por sorpresa.

No murió por obligación.

Murió sabiendo todo… y aun así, no se detuvo.

Eso convierte la cruz no solo en un símbolo de muerte, sino en la mayor prueba de amor consciente que la historia haya conocido.


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jueves, 27 de noviembre de 2025

LA FE PROBADA EN MEDIO DE LA TRIBULACIÓN

 


La vida del creyente no está exenta de dificultades. Seguir a Cristo no significa caminar por un sendero libre de dolor, sino transitar un camino donde muchas veces la fe es puesta a prueba por medio de la aflicción, la incomprensión, la burla, el rechazo y, en algunos lugares del mundo, incluso la persecución hasta la muerte. Muchos preferirían evitar las tribulaciones, huir del sufrimiento y escoger solamente los momentos de calma; sin embargo, la realidad es que la fe verdadera casi siempre es probada en el fuego de la dificultad.

Jesús nunca prometió una vida sin problemas, pero sí aseguró su presencia en medio de ellos. El creyente es afligido, pero no abandonado; es presionado, pero no destruido; es probado, pero nunca dejado solo. Dios está cercano al quebrantado de corazón, sosteniendo con su mano al que ya no tiene fuerzas para seguir. En medio de la tormenta, cuando las fuerzas humanas se acaban, comienza a manifestarse el poder sobrenatural de Dios.

Mientras algunos sufren rechazo o dificultades diarias por causa de su fe, en otras partes del mundo hermanos nuestros están siendo encarcelados, torturados y asesinados simplemente por confesar el nombre de Cristo. Ellos nos recuerdan que seguir a Jesús tiene un precio, pero también un galardón eterno. Su testimonio silente, muchas veces marcado por lágrimas y sangre, nos desafía a no vivir una fe cómoda, sino una fe firme, valiente y perseverante.

La tribulación no llega para destruir al creyente, sino para purificarlo. A través de ella, Dios forma el carácter, fortalece la esperanza y nos enseña a depender completamente de Él. En los momentos de mayor dolor, también suele revelarse la presencia más dulce del Señor. Es ahí donde aprendemos que nuestra fortaleza no está en nosotros mismos, sino en Aquel que prometió no dejarnos ni desampararnos.

Si estás pasando por prueba, no pienses que Dios se ha alejado de ti. Al contrario, es cuando más cerca está. Cada lágrima que derramas no pasa desapercibida ante sus ojos, y cada carga que llevas Él la conoce. Permanece firme, no sueltes tu fe, aunque el camino se torne oscuro. La tribulación tiene un tiempo, pero la victoria en Cristo es eterna.

No estás solo. El mismo Dios que sostuvo a los profetas, a los apóstoles y a los mártires de la fe, hoy también te sostiene a ti. Levanta tu mirada, fortalece tu corazón y sigue avanzando. Después de la prueba, siempre llega la recompensa. Y después de la cruz, siempre viene la resurrección.

“Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová.”

miércoles, 26 de noviembre de 2025

EXAMINANDO MI FE

 


“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” — 2 Corintios 13:5

Dios, a través del apóstol Pablo, nos llama a detenernos por un momento y mirar dentro de nuestro corazón. No para juzgar a otros, sino para evaluar nuestra propia fe. Muchas personas dicen creer en Cristo, pero no todos viven una fe que se refleja en obediencia, humildad y transformación.

Examinar nuestra fe no significa dudar de Dios, sino confirmar que estamos caminando con Él de verdad. La gran verdad de este versículo es que Jesucristo vive en nosotros. Su presencia debe notarse en nuestros pensamientos, en nuestras decisiones y en nuestra manera de tratar a los demás.

El autoexamen espiritual nos protege del engaño, del conformismo y de una fe superficial. Cada día es una oportunidad para preguntarnos: ¿Está Cristo gobernando mi vida hoy?

Dios no busca personas perfectas, sino corazones sinceros que estén dispuestos a corregir su camino cuando Él lo confronta.

Enfócate en esto: 

Dedica unos minutos en oración para que Dios examine tu corazón.

Identifica un área de tu vida que necesitas rendir completamente a Cristo. Renueva tu compromiso con una fe viva y obediente.

Oración:

Señor, hoy me presento delante de Ti con un corazón humilde. Examíname, muéstrame lo que debo cambiar y límpiame con Tu verdad. Quiero que Cristo viva plenamente en mí y que mi fe sea genuina cada día. En el nombre de Jesús, amén

martes, 25 de noviembre de 2025

CUANDO LA VIDA NO SALE COMO ESPERAMOS

 


Muchas personas se quejan, se comparan con otros y llegan a deprimirse porque sienten que su vida no avanza o que todo les sale mal. Creen que otros tienen más suerte, más oportunidades, o mejores capacidades. Algunos incluso llegan a pensar que hay una “maldición” sobre ellos.

Pero ¿qué dice la Biblia al respecto?

1. La queja nace de una visión distorsionada, no de la realidad

Israel mismo cayó en ese problema: “Y murmuró el pueblo contra Dios y contra Moisés…” Números 21:5

Los israelitas no estaban malditos; estaban disconformes, porque fijaron sus ojos en lo que no tenían, en vez de ver lo que Dios ya les había dado.

La queja es una ceguera espiritual: te hace olvidar la fidelidad pasada de Dios y exagerar los problemas del presente.

2. La comparación destruye el gozo

La Biblia advierte contra compararnos con otros:

“Cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro.” Gálatas 6:4

La comparación lleva al orgullo o al desánimo, pero nunca a la gratitud. Quien vive comparándose siempre creerá que está perdiendo en la vida, aunque Dios le haya dado herramientas únicas y propósitos distintos.

3. La depresión espiritual muchas veces nace de colocar la esperanza en lo equivocado

Muchos piensan: “Si tuviera suerte…” “si algo cambiara…” “si el azar me favoreciera…”

Pero la Biblia es clara:

“La suerte se echa en el regazo, mas de Jehová es la decisión de ella.” Proverbios 16:33

La vida del creyente no es gobernada por el azar, sino por la soberanía y el amor de Dios. La Biblia nunca manda a esperar “buena suerte”; manda a confiar, obedecer y esperar en el Señor.

4. ¿Estoy maldecido? — La Biblia responde: NO en Cristo

Muchos sienten que lo malo que viven es una maldición. Sin embargo, la Escritura declara:

“Cristo nos redimió de la maldición…”Gálatas 3:13

Si estás en Cristo, no vives bajo maldición, sino bajo gracia. Lo que a veces interpretamos como “maldición” es en realidad: consecuencias de decisiones equivocadas, períodos de prueba,

formación del carácter, o simplemente situaciones de la vida común a todos los humanos.

La Biblia muestra que la vida es difícil, no porque estemos malditos, sino porque vivimos en un mundo caído. Pero Dios promete caminar con nosotros.

5. Dios usa las dificultades para trabajar en nuestro carácter “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.”

Santiago 1:2-3

Las pruebas no son señal de rechazo, sino de formación. Dios no siempre quita el problema, pero sí fortalece al que lo enfrenta.

6. El remedio bíblico: Enfocar la mente en la verdad, no en el sentimiento

Pablo escribe: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente.” Efesios 4:23. La depresión espiritual se combate renovando los pensamientos con la Palabra.

En vez de quejarte → agradece.

En vez de compararte → reconoce tu identidad en Cristo.

En vez de pensar en mala suerte → descansa en la soberanía de Dios.

En vez de creer que estás maldito → declara lo que Cristo hizo por ti.

7. La gran verdad: Dios no ha terminado contigo

Aun cuando te sientas fracasado, Dios sigue obrando:

“El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará…” Filipenses 1:6

No depende del azar, ni de tus capacidades, ni del pasado. Depende de Dios, y Él nunca abandona lo que empieza.

La Biblia enseña que:

No estás maldito si estás en Cristo.

La vida no es gobernada por la suerte, sino por Dios.

La comparación, la queja y el desaliento son trampas espirituales. Dios usa las pruebas para construir tu carácter. El cambio empieza cuando renuevas tu mente conforme a la verdad.

La queja paraliza.

La comparación deprime.

La verdad de Dios libera.


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domingo, 23 de noviembre de 2025

EL CREYENTE QUE JUZGA SIN MIRAR SU PROPIO CORAZÓN

 


Uno de los peligros más sutiles dentro de la vida cristiana es caer en el hábito de juzgar duramente a los demás, mientras ignoramos o minimizamos nuestras propias fallas. Jesús habló claramente de este tema cuando dijo:

“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3)

El creyente que vive observando los defectos ajenos suele desarrollar un espíritu cáustico, crítico y condenatorio. Tiene un “discernimiento” que no nace del Espíritu Santo, sino del orgullo disfrazado de espiritualidad. Este tipo de actitud no ayuda, no restaura, no edifica… solo divide, hiere y desanima.

1. El juicio sin misericordia revela un corazón no transformado

Cuando un creyente se enfoca en lo que otros hacen mal, pero es ciego a sus propios pecados, demuestra que aún no ha experimentado la profundidad de la gracia.

Jesús enseñó: “Con la medida con que medís, os será medido.” (Mateo 7:2)

El juicio severo hacia otros se vuelve un boomerang espiritual: todo lo que damos, regresa.

2. La crítica constante revela orgullo, no santidad

Muchos justifican su dureza diciendo: “Es que yo digo la verdad”, pero la verdad sin amor se convierte en un arma.

Pablo advierte: “Si no tengo amor, nada soy.”

(1 Corintios 13:2)

Es posible tener conocimiento bíblico, celo doctrinal y hasta apariencia de santidad… pero sin amor, todo es vacío.

3. La ceguera espiritual: ver lo pequeño y ocultar lo grande

Jesús no dijo que el hermano no tuviera una paja; la tenía. El problema no era ver una falla, sino que la propia viga era ignorada. Así ocurre con el creyente crítico:

Señala errores ajenos,

condena pecados menores,

se indigna por fallas superficiales,

pero calla, oculta o “se hace de la vista gorda” con sus propios pecados, a veces más grandes que los que señala.

4. La advertencia de Jesús: no seas hipócrita

Cristo fue directo:

“¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo.” (Mateo 7:5) 

“Hipócrita” significa actuar, fingir, aparentar.

Es la advertencia más seria: quien juzga sin mirarse a sí mismo está representando un papel, no viviendo la verdad.

5. ¿Cuál es el camino bíblico?

Jesús no prohíbe discernir ni corregir; Él prohíbe hacerlo sin autoevaluación, humildad y amor.

El orden divino es:

Examínate primero.

Pídele al Espíritu que revele tu propia viga.

Arrepiéntete y cambia.

La corrección comienza en casa, en el corazón.

Entonces podrás ayudar a tu hermano.

No a destruirlo, sino a restaurarlo.

Pablo lo expresa con claridad:

“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gálatas 6:1)

El creyente llamado a seguir a Cristo debe aprender a mirarse al espejo antes de mirar por la ventana. La verdadera madurez espiritual no consiste en ver los errores de los demás, sino en permitir que Dios trate nuestros propios pecados.

Solo quienes han sido quebrantados por su propia necesidad de gracia pueden extender gracia a los demás.

sábado, 22 de noviembre de 2025

LA FE QUE RESISTE EN MEDIO DEL FUEGO



La persecución de cristianos en Sudán

La realidad que viven los cristianos en Sudán es una de las más duras del mundo. Estadísticas recientes revelan que más de 2 millones de creyentes viven bajo una presión extrema; más de 150 iglesias han sido atacadas o dañadas (Open Doors), y la guerra civil ha desplazado a más de 8 millones de personas, entre ellos miles de cristianos que han perdido hogares, templos y comunidades. Las cifras son frías, pero detrás de ellas hay vidas, familias, lágrimas y una fe que se niega a morir.

La persecución no es solo un conflicto político o religioso: es una prueba espiritual profunda. Los cristianos, especialmente aquellos que han dejado el islam para seguir a Cristo, enfrentan rechazo familiar, violencia, amenazas y la pérdida de sus derechos. Muchos han visto sus iglesias quemadas, sus casas destruidas y sus comunidades dispersas. Y aun así… siguen creyendo.

Este testimonio nos recuerda lo que dijo el apóstol Pablo: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).

No es una posibilidad, es una realidad. Pero también es una promesa: la fe verdadera se prueba en el fuego y se fortalece en él.

Los cristianos en Sudán viven hoy lo que la Iglesia primitiva vivió en el libro de los Hechos. No tienen templos seguros, pero tienen un Cristo seguro. No poseen libertad religiosa, pero viven en la libertad interior del Espíritu. No tienen garantías humanas, pero descansan en las promesas eternas.

Jesús lo dijo con claridad: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Esa palabra es la que sostiene a nuestros hermanos sudaneses cuando nadie más puede hacerlo.

Su fe nos confronta. Mientras en algunos lugares la comodidad debilita la vida espiritual, en Sudán la dificultad la fortalece. Donde se quiere apagar la luz, la luz brilla con más fuerza. Donde la iglesia es perseguida, la iglesia se vuelve más semejante a Cristo.

La persecución nunca ha destruido a la Iglesia.

Al contrario, la ha purificado, consolidado y extendido.

Esta es la historia del cristianismo… y Sudán es hoy un capítulo vivo de esa historia. Por eso, como dice Hebreos 13:3: “Acordaos de los presos, como si vosotros estuvierais presos con ellos…”

No podemos cerrar los ojos; no podemos dejar de orar, interceder y levantar la voz por aquellos que hoy caminan por el valle de sombra de muerte, pero que no temen mal alguno porque Cristo está con ellos.

Que su testimonio nos inspire a vivir una fe más firme, más profunda y más comprometida.

Y que la sangre de los mártires, las lágrimas de los perseguidos y la perseverancia de los fieles en Sudán nos recuerden que el Reino de Dios sigue avanzando, incluso —y especialmente— en los lugares donde se intenta detenerlo.

UNA MUERTE LENTA

  Jesús no murió únicamente en el momento en que exhaló su último aliento. Su muerte fue un camino largo, marcado por la conciencia plena de...