Hace años cuando trabajaba en la provincia de Dos de
Mayo, Huánuco, sirviendo al Señor en una iglesia que se estaba iniciando, un
amigo que también es pastor me contó una historia jocosa sobre una pareja de esposos
que lo acompañaba hacia un pueblo donde iba a predicar. Esta pareja supuestamente
cristiana, iba conversando detrás del pastor, de pronto ambos se pusieron a
discutir. El pastor al darse cuenta de lo sucedido prefirió no intervenir, es
mejor no meterse en lío de esposos si la
sangre aún no llega al río. A medida que iban caminando la discusión se tornó
acalorada, pero el pastor seguía caminando, claro pensando que en algún momento
dejarían de hacerlo. Pero esta vez la cosa se puso difícil, ya no sólo se
gritaban, sino que empezaron a pelearse y a puño limpio. El pastor vio cómo la
mujer le dio una bofetada, y el otro reaccionó con un puñetazo en el brazo, no
contento con esto la mujer le dio otra cachetada en la cara, y el otro no se
quedó y le respondió con una patada. El pastor me cuenta que esta vez
intervino, pero no le hacían caso, ambos estaban enfrascados en una batalla conyugal
donde “vale todo”, piedras, palos y puños, así que el pastor más bien tuvo que
retirarse porque las piedras volaban por
encima de él, y ahora debía protegerse. Mientras seguía caminando, la pareja
también lo hacía, después de todo no perdían su objetivo de llegar al pueblo aunque
estuvieran peleándose. Al rato me cuenta mi amigo que vieron pasar una muca,
nuestro marsupial andino, que gusta de las gallinas y cuyes, y la pareja de creyentes peleones al
avistarla decidieron ya no lanzarse piedras entre ellos, sino contra el
inocente animal. Claro que la muca ha sido más hábil y logró escabullirse entre
la maleza, aún así seguían buscándola. Sin darse cuenta la muca intervinó para
que dejen de pelearse y más tarde pudieran, aunque con dificultad, reconciliarse.
Sabes mi querido hermano, la naturaleza del ser humano es así, podemos
discutir, pelear, aún agredirnos físicamente, pero no queremos dar nuestro
brazo a torcer, pensamos que tenemos la razón, y es el orgullo mismo que
subyace en nosotros que nos lleva pensar así. El Señor decía del pueblo rebelde
de Israel: “Y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue
fiel para con Dios su espíritu” (Sal. 78:8). El contumaz es aquél que sostiene
el error por verdad. Hay personas que estando equivocadas nunca darán su brazo
a torcer, siempre pensarán que tienen la razón, y lo que es peor, pueden ser
conscientes de estar equivocadas, pero seguirán manteniéndose en lo mismo,
buscarán a un chivo expiatorio, o en este caso, a una muca, en quien poder
descargar su ira, su maltrato, pero al final siempre quieren salirse con la
suya, pensar que tienen la razón cuando en realidad ésta no les asiste para
nada. Es fácil enojarse, es fácil agredir, es fácil maltratar a los demás, pero
¡qué difícil es saber pedir perdón! ¡qué difícil es reconocer el equívoco! Pues
si el ser humano está obcecado por el orgullo y se mantiene en pecado y no
quiere humillarse ante Dios, a pesar de que nuestro Señor quiere perdonar y
restaurar, pues no culpemos a nadie si luego parte de este mundo sin Cristo y
sin ser perdonado. Tú puedes seguir creyendo que tu reticencia a humillarte a
Dios te dará alguna ventaja, honestamente nadie que peleó contra Dios salió
ganando, no creo que tú seas la excepción, es mejor humillarse, reconocer el
error, pedir perdón, y no buscar a quien le echamos la culpa, no busquemos
mucas, sobre quién descargar nuestra ira, seamos sinceros con nosotros mismos y
admitamos a Dios que nos hemos equivocado. Reconozcamos nuestros pecados y
humillémonos ante su Presencia, sólo así podremos encontrar el perdón, y la paz
que Él nos quiere dar. Dice la biblia: “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1
Jn. 1:9). Dios conoce los corazones y nada ni nadie puede acercarse ante Él con
meras apariencias, Dios atiende al corazón “contrito y humillado”, éste saca
mejores ventajas que aquél que lo hace con orgullo y soberbia. Haz caso a lo
que dice el Señor y te aseguro que verás la poderosa mano de Dios bendiciendo
tu vida: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Stgo. 4:10).
viernes, 29 de mayo de 2015
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