viernes, 29 de mayo de 2015

LA CULPA ES DE LA MUCA



Hace años cuando trabajaba en la provincia de Dos de Mayo, Huánuco, sirviendo al Señor en una iglesia que se estaba iniciando, un amigo que también es pastor me contó una historia jocosa sobre una pareja de esposos que lo acompañaba hacia un pueblo donde iba a predicar. Esta pareja supuestamente cristiana, iba conversando detrás del pastor, de pronto ambos se pusieron a discutir. El pastor al darse cuenta de lo sucedido prefirió no intervenir, es mejor no meterse en lío de esposos  si la sangre aún no llega al río. A medida que iban caminando la discusión se tornó acalorada, pero el pastor seguía caminando, claro pensando que en algún momento dejarían de hacerlo. Pero esta vez la cosa se puso difícil, ya no sólo se gritaban, sino que empezaron a pelearse y a puño limpio. El pastor vio cómo la mujer le dio una bofetada, y el otro reaccionó con un puñetazo en el brazo, no contento con esto la mujer le dio otra cachetada en la cara, y el otro no se quedó y le respondió con una patada. El pastor me cuenta que esta vez intervino, pero no le hacían caso, ambos estaban enfrascados en una batalla conyugal donde “vale todo”, piedras, palos y puños, así que el pastor más bien tuvo que retirarse porque  las piedras volaban por encima de él, y ahora debía protegerse. Mientras seguía caminando, la pareja también lo hacía, después de todo no perdían su objetivo de llegar al pueblo aunque estuvieran peleándose. Al rato me cuenta mi amigo que vieron pasar una muca, nuestro marsupial andino, que gusta de las gallinas y cuyes,  y la pareja de creyentes peleones al avistarla decidieron ya no lanzarse piedras entre ellos, sino contra el inocente animal. Claro que la muca ha sido más hábil y logró escabullirse entre la maleza, aún así seguían buscándola. Sin darse cuenta la muca intervinó para que dejen de pelearse y más tarde pudieran, aunque con dificultad, reconciliarse. Sabes mi querido hermano, la naturaleza del ser humano es así, podemos discutir, pelear, aún agredirnos físicamente, pero no queremos dar nuestro brazo a torcer, pensamos que tenemos la razón, y es el orgullo mismo que subyace en nosotros que nos lleva pensar así. El Señor decía del pueblo rebelde de Israel: “Y no sean como sus padres,   generación contumaz y rebelde;  generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu” (Sal. 78:8). El contumaz es aquél que sostiene el error por verdad. Hay personas que estando equivocadas nunca darán su brazo a torcer, siempre pensarán que tienen la razón, y lo que es peor, pueden ser conscientes de estar equivocadas, pero seguirán manteniéndose en lo mismo, buscarán a un chivo expiatorio, o en este caso, a una muca, en quien poder descargar su ira, su maltrato, pero al final siempre quieren salirse con la suya, pensar que tienen la razón cuando en realidad ésta no les asiste para nada. Es fácil enojarse, es fácil agredir, es fácil maltratar a los demás, pero ¡qué difícil es saber pedir perdón! ¡qué difícil es reconocer el equívoco! Pues si el ser humano está obcecado por el orgullo y se mantiene en pecado y no quiere humillarse ante Dios, a pesar de que nuestro Señor quiere perdonar y restaurar, pues no culpemos a nadie si luego parte de este mundo sin Cristo y sin ser perdonado. Tú puedes seguir creyendo que tu reticencia a humillarte a Dios te dará alguna ventaja, honestamente nadie que peleó contra Dios salió ganando, no creo que tú seas la excepción, es mejor humillarse, reconocer el error, pedir perdón, y no buscar a quien le echamos la culpa, no busquemos mucas, sobre quién descargar nuestra ira, seamos sinceros con nosotros mismos y admitamos a Dios que nos hemos equivocado. Reconozcamos nuestros pecados y humillémonos ante su Presencia, sólo así podremos encontrar el perdón, y la paz que Él nos quiere dar. Dice la biblia: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). Dios conoce los corazones y nada ni nadie puede acercarse ante Él con meras apariencias, Dios atiende al corazón “contrito y humillado”, éste saca mejores ventajas que aquél que lo hace con orgullo y soberbia. Haz caso a lo que dice el Señor y te aseguro que verás la poderosa mano de Dios bendiciendo tu vida: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Stgo. 4:10).

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