“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” — Juan 4:24
1. Lectura y meditación
Cuando Jesús habló con la mujer samaritana, no le enseñó cómo sentir más, sino cómo adorar mejor. Le mostró que la adoración auténtica no depende de lugares especiales, ritos, emociones fuertes o experiencias espectaculares.
Dios busca algo más profundo: corazones sinceros que lo adoren en espíritu y en verdad.
Hoy, en muchas iglesias, se confunde el movimiento del Espíritu con el ruido, la conmoción o el descontrol emocional. Algunos creen que cuanto más se tiembla, se cae o se grita, más presencia de Dios hay. Pero Jesús no enseñó eso. El fruto del Espíritu no es el desorden, sino el dominio propio.
El Espíritu Santo sí toca, sí quebranta, sí llena, pero nunca contradice Su propia Palabra.
Él no produce caos, sino paz (1 Co 14:33).
No produce confusión, sino edificación (1 Co 14:26).
No domina al creyente en trance, sino que le da sobriedad (1 Co 14:32).
2. Enseñanza del día
La verdadera obra del Espíritu Santo se evidencia más en: vidas transformadas, corazones quebrantados, pecados abandonados, carácter renovado, amor genuino, obediencia constante, frutos visibles.
Las experiencias emocionales pasan;
las experiencias espirituales permanecen.
Por eso, los cultos no deben centrarse en producir emociones superficiales, sino en exponer la Palabra que cambia vidas. No necesitamos shows, soplidos ni dramatismos.
Necesitamos verdad, unción y obediencia.
El Espíritu Santo no viene para entretenernos;
viene para santificarnos.
3. Aplicación práctica
Examina tu adoración
¿Buscas sentir más o obedecer más?
¿Buscas experiencias o transformación?
Discierne lo que ves en los cultos
Pregúntate:
¿Esto edifica?
¿Esto glorifica a Cristo?
¿Esto produce orden?
¿Esto se basa en la Palabra?
Si la respuesta es no, entonces no proviene del Espíritu Santo.
Pide sinceridad espiritual
Dios no quiere que imites lo que otros hacen, sino que lo busques a Él de verdad.

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