En los
últimos tiempos, hemos sido testigos de un cambio preocupante en el mensaje que
se predica desde muchos púlpitos cristianos. Aunque el nombre de Jesús aún se
menciona, el contenido del Evangelio que se proclama ha sido suavizado,
acomodado y, en algunos casos, distorsionado. Nos encontramos con sermones que
apelan más a la autoestima que a la santidad, al confort emocional más que a la
convicción espiritual, y que exaltan al hombre en lugar de glorificar a Dios.
Un
Evangelio que ha dejado de confrontar
Jesús inició
su ministerio proclamando: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado” (Mateo 4:17). Sin embargo, en muchas iglesias hoy, la palabra
“arrepentimiento” brilla por su ausencia. Se evita hablar del pecado, del
juicio, de la cruz. Y sin arrepentimiento, no hay conversión genuina. Sin
confrontación con nuestra condición caída, no hay verdadero encuentro con el
Salvador.
Cuando el
mensaje se enfoca únicamente en “cómo sentirnos mejor” o “cómo alcanzar nuestro
potencial”, estamos dejando de lado la verdad más profunda del Evangelio: que
necesitamos ser redimidos, porque estamos perdidos. No se trata de mejorar un
poco nuestra vida; se trata de morir al yo y nacer de nuevo por la gracia de
Dios.
El poder
del Evangelio no está en su suavidad, sino en su verdad
El apóstol
Pablo escribió: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para
salvación” (Romanos 1:16). Ese poder no radica en la capacidad de agradar a la
audiencia, sino en la capacidad de transformar corazones endurecidos. El
Evangelio hiere, sí, pero con la herida que sana. Es como una cirugía
espiritual: corta profundamente, pero solo para extraer el cáncer del pecado.
Hoy vemos un
evangelio centrado en el hombre, indulgente con el pecado, cómodo con la
tibieza espiritual. Pero ese no es el mensaje que predicaron Jesús ni los
apóstoles. Ellos proclamaron un mensaje que incomodaba a los fariseos, que
transformaba a los pecadores y que muchas veces les costó la vida.
Volvamos
al centro: Cristo y su cruz
La iglesia
necesita despertar. Volver a las Escrituras. Volver al mensaje de la cruz, al
llamado al arrepentimiento, a la urgencia de la salvación. No podemos permitir
que el deseo de ser aceptados por el mundo nos lleve a silenciar lo que el
mundo más necesita oír.
El evangelio
no es una motivación pasajera, es una transformación eterna. No es un consuelo
humano, es una intervención divina. Necesitamos predicar con valentía y
convicción que Cristo vino a salvar lo que se había perdido, y que solo por
medio del arrepentimiento y la fe en Él hay vida eterna.
El tiempo
es ahora
Este no es
un llamado a condenar, sino a despertar. El mundo necesita iglesias fieles,
predicadores íntegros, creyentes comprometidos. El Evangelio de Jesucristo
sigue siendo poder de Dios para salvación, y nosotros somos sus mensajeros. Que
no se nos encuentre predicando otro mensaje. Volvamos al Evangelio verdadero.
Volvamos a Cristo.
Walter Delgado
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