Vivimos
en un mundo donde lo malo se disfraza de bueno y donde lo oculto muchas veces
se tolera con ligereza. Sin embargo, dentro de cada ser humano, Dios ha
colocado una voz silenciosa pero poderosa: la conciencia. Esta voz interior,
cuando está alineada con la Palabra de Dios, nos advierte, nos corrige y nos
protege del pecado. Guardar la conciencia limpia es vital para mantener una
vida en comunión con Dios y con los demás.
La
conciencia es ese sentido interno que aprueba o condena nuestras acciones. El
apóstol Pablo se refiere a ella en múltiples ocasiones:
“Y
por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los
hombres.” – Hechos 24:16
Dios
nos ha dado la conciencia para que, junto con su Palabra y el Espíritu Santo,
podamos discernir entre lo bueno y lo malo. Cuando hacemos lo correcto, nuestra
conciencia nos da paz; cuando hacemos lo incorrecto, nos inquieta.
Uno
de los errores más comunes es pensar que, si nadie ve lo que hacemos, no hay
consecuencias. Pero la Biblia nos recuerda: “Porque los caminos del hombre
están ante los ojos de Jehová, y Él considera todas sus veredas.” – Proverbios
5:21
Nada
escapa a los ojos de Dios. Él conoce nuestros pensamientos, nuestras
intenciones y aún lo que hacemos en secreto. Vivir con una conciencia limpia es
vivir como si Dios nos estuviera observando siempre, porque en realidad, así
es.
Muchos
piensan que pueden pecar y luego "arreglarlo" más adelante. Pero la
Palabra es clara: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que
el hombre sembrare, eso también segará.” – Gálatas 6:7
Podemos
engañar a los hombres, pero nunca a Dios. Cada mentira, cada engaño, cada
decisión tomada en secreto con malas intenciones… trae consecuencias. A veces
no inmediatas, pero sí inevitables.
Un
joven iba a su entrevista de trabajo con una camisa blanca impecable. En el
camino, se detuvo a comer algo rápido y sin querer se manchó con salsa. No
quiso volver a casa a cambiarse, pensando que “nadie se daría cuenta”. Pero al
llegar a la entrevista, el gerente lo miró y le dijo:
—“Si
no puede cuidar su apariencia para una ocasión importante, ¿cómo cuidará los
detalles en esta empresa?”
Así
es el pecado: aunque parezca pequeño y oculto, mancha nuestra conciencia y con
el tiempo, sale a la luz.
En
otra ocasión una madre horneó galletas y dijo a su hijo:
—“No
comas ninguna hasta que regrese”.
El
niño esperó… pero el olor era irresistible. Tomó una, luego otra. Al oír la
puerta, se limpió la boca y se sentó como si nada. La madre, sin decir palabra,
lo miró y preguntó:
—“¿Estás
bien?”
El
niño asintió, pero no podía mirarla a los ojos.
La
conciencia lo acusaba. No necesitaba castigo; su interior ya lo había juzgado.
Vivir
con una conciencia limpia delante de Dios y de los hombres produce paz,
seguridad y autoridad espiritual.
“El
testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios... nos
hemos conducido en el mundo” – 2 Corintios 1:12
El
creyente que cuida su conciencia no teme a la oscuridad, ni a las acusaciones,
ni al pasado… porque sabe que ha caminado con integridad.
Guardar
la conciencia es vivir con reverencia a Dios, sabiendo que Él lo ve todo, lo
juzga todo y lo recompensa todo. No se trata de vivir con miedo, sino con
convicción. Con un corazón dispuesto a obedecer, a corregirse y a caminar en
luz.
“Bienaventurado
el hombre que no se condena a sí mismo en lo que aprueba.” – Romanos 14:22b
Pidamos
a Dios que nos ayude a no callar la voz de la conciencia, sino a afinarla
conforme a su Palabra. Porque al final del camino, la conciencia limpia será
uno de nuestros mayores tesoros ante Dios.
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