Una reflexión urgente sobre el Perú de hoy
Vivimos
tiempos oscuros. Y no solo por la inestabilidad política o la crisis económica
que golpea a miles de familias. Lo que realmente debería alarmarnos es algo más
profundo: la decadencia moral y espiritual que está carcomiendo el corazón de
nuestra nación.
El
Perú, como muchas otras naciones de Latinoamérica, se ha convertido en tierra
fértil para la corrupción, la violencia y la inmoralidad. Pareciera que el mal
avanza sin oposición, que el pecado se ha normalizado, y que el temor de Dios
ha desaparecido del corazón de muchos.
La Biblia nos advierte que esto sucedería cuando una sociedad da la espalda a Dios: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones.” (Proverbios 14:34).
Corrupción: una herida que no sana
Cada
año vemos nuevos escándalos, nuevos nombres, nuevas caras, pero el mismo fondo:
corrupción. Gobernantes que se enriquecen a costa del pueblo, autoridades que
hacen de la mentira una herramienta política, y un sistema que se repite una y
otra vez.
Pero la corrupción no está solo en los palacios. Está en las calles, en los negocios, en las aulas, en los hogares. Está en el corazón del hombre. Y eso es lo más peligroso: hemos aprendido a convivir con el pecado como si fuera parte normal de la vida.
Violencia: el lenguaje de una sociedad herida
Los
noticieros están llenos de asesinatos, robos, feminicidios, pandillaje, trata
de personas. Pareciera que la vida ha perdido valor, lo que antes
escandalizaba, hoy solo genera indiferencia. La violencia se ha vuelto
cotidiana porque la conciencia está cauterizada.
Pero la Palabra de Dios nos recuerda: “No se apartará de tu boca este libro de la ley… porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (Josué 1:8). ¿Dónde está esa Palabra en nuestras escuelas, en nuestras leyes, en nuestros hogares?
Inmoralidad: cuando lo malo se celebra
Vivimos en una época donde se llama “bueno” a lo malo, y “malo” a lo bueno. La inmoralidad se disfraza de libertad. La pureza se burla. El matrimonio se trivializa. La familia se desfigura. Y lo peor: muchos cristianos guardan silencio o incluso se adaptan.
Pablo ya lo advertía: “Afirmando ser sabios, se hicieron necios… cambiaron la verdad de Dios por la mentira…” (Romanos 1:22,25). Cuando se pierde el estándar moral que solo Dios puede dar, todo se desordena.
La raíz: el pecado, y el remedio: el arrepentimiento
La
raíz de esta decadencia no es solo la política, ni la economía, ni la cultura.
Es el pecado, y la única solución verdadera no es un cambio de gobierno ni una
reforma educativa, es el arrepentimiento.
Dios
no está ausente. Dios no está indiferente. Él está llamando a su pueblo al
quebrantamiento. Él está esperando que Perú se vuelva a Él con sinceridad.
“Si
se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado… yo oiré desde los
cielos, perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.” (2 Crónicas 7:14).
Dios puede sanar al Perú. Dios puede restaurar familias, transformar gobiernos, levantar generaciones con temor de Él. Pero todo empieza con un corazón arrepentido.
Un llamado urgente
Hoy,
más que nunca, necesitamos volver al evangelio, no a la religión vacía. No a la
fe superficial. Volver a Cristo. A la cruz. A la obediencia. Este es el momento
de tomar una decisión personal y nacional.
Si
eres cristiano, despierta del letargo. Si nunca le diste tu vida a Jesús, hoy
es el día de salvación. Si sientes que no puedes hacer mucho, recuerda: Dios
puede cambiar una nación empezando por un solo corazón arrepentido.
Que
no pase un día más sin doblar rodillas. Que no pase una semana más sin clamar
por nuestra tierra. Que no dejemos que el pecado siga destruyendo lo que Dios
quiere redimir.
Perú
necesita un avivamiento. Y ese avivamiento empieza en ti.
¿Te
unirás al clamor por una nación que vuelva a Dios?
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