Vivimos en tiempos de creciente escepticismo e incredulidad. El mundo se aleja progresivamente de las verdades espirituales, y esta corriente ha comenzado a impactar también a la Iglesia. Lo que antes parecía impensable —que creyentes abandonaran la fe o se alejaran de la comunidad cristiana— hoy se convierte en una realidad cada vez más visible. ¿Qué está pasando? ¿Por qué muchos creyentes dejan de congregarse y renuncian a su fe activa? Este artículo explora las causas de este fenómeno y llama a una reflexión seria sobre la necesidad de convicciones firmes y fe genuina.
I. La
incredulidad en el mundo moderno: Un clima adverso a la fe
La
incredulidad no es nueva, pero ha tomado nuevas formas. En la actualidad, el
pensamiento secular, el relativismo moral y la autonomía del ser humano se
promueven como valores supremos. Las redes sociales, los medios de comunicación
y los sistemas educativos, en muchos casos, refuerzan ideas contrarias a la fe
cristiana. La ciencia, mal entendida, a menudo se presenta como enemiga de la
fe; y muchos creen que creer en Dios es propio de personas poco ilustradas.
La Palabra
de Dios ya lo advertía: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en
la tierra?” (Lucas 18:8)
II. El
impacto sobre los creyentes: Fe débil y convicciones inestables
Aunque el
mundo ejerce presión, el problema también está dentro. Muchos creyentes tienen
una fe superficial, basada en emociones o en experiencias pasajeras. No han
desarrollado una relación profunda con Dios, ni han cimentado su vida en la
Palabra. Cuando vienen los vientos contrarios —dudas, pruebas, críticas o
sufrimientos—, su fe no resiste.
“El que oye
mi palabra y no la pone en práctica es como un hombre insensato que edificó su
casa sobre la arena” (Mateo 7:26).
Entre las
causas que explican el abandono de la iglesia por parte de muchos creyentes
están:
·
Falta
de discipulado sólido
·
Predicación
ligera y sin profundidad bíblica
·
Escándalos
o decepciones con líderes o iglesias
·
Influencias
culturales que cuestionan la autoridad bíblica
·
Ausencia
de comunión real con Dios y con otros hermanos
III. El
llamado bíblico a mantener la fe firme
La Biblia
nos llama a una fe que persevera, que se mantiene en medio de la adversidad y
que se afirma en las promesas de Dios. El escritor a los Hebreos exhorta: “Mantengamos
firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que
prometió” (Hebreos 10:23).
Además,
Pablo aconseja que nos arraiguemos en Cristo: “Así como habéis recibido al
Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y
confirmados en la fe” (Colosenses 2:6-7).
Es urgente
que la iglesia fortalezca el discipulado, cultive una espiritualidad profunda,
y enseñe a los creyentes a vivir por convicción y no por emoción.
IV. Una
iglesia viva en medio de un mundo incrédulo
La
incredulidad del mundo no debe intimidar a la iglesia, sino desafiarla a
brillar más. Cuanto más oscura es la noche, más se nota la luz. Una iglesia
firme, unida, apasionada por la verdad y llena del Espíritu Santo puede ser un
faro en medio del caos.
Jesús nos
advirtió que la fe de muchos se enfriaría (Mateo 24:12), pero también nos
aseguró que las puertas del Hades no prevalecerán contra su iglesia (Mateo
16:18). Por eso, el llamado es claro: volver a las Escrituras, fortalecer la
comunión, cultivar la oración, vivir en santidad y testificar con valor.
La
incredulidad seguirá creciendo, como parte del cumplimiento profético de los
últimos tiempos. Pero eso no significa que la iglesia esté condenada a menguar.
Más bien, es una oportunidad para despertar, afirmar la fe, y ser verdaderos
discípulos de Cristo. Cada creyente debe examinar su corazón y preguntarse:
¿Estoy edificando mi vida sobre la Roca? ¿Tengo convicciones sólidas? ¿Mi fe
puede resistir la tormenta?
Que esta
reflexión nos lleve a renovar nuestro compromiso con Dios y con su iglesia,
entendiendo que el que persevera hasta el fin, ese será salvo (Mateo 24:13).
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