“Ni saldrá del santuario, ni profanará el santuario de su
Dios; porque la consagración por el aceite de la unción de su Dios está sobre
él. Yo Jehová”. Lv. 21:12
El sacerdote en el antiguo pacto debía cuidar mucho la
investidura que tenía para no deshonrar a Dios que lo llamó con llamamiento
santo. Una de las cualidades del sacerdote era mantener su vida pura y limpia,
esto se evidenciaba en el aceite de la unción que llevaba, éste no podía ser
aplicado sobre él si es que estaba en desobediencia; el hacerlo implicaba que
estaría profanando el santuario de Dios. Y profanar no es otra cosa sino que tratar
sin el debido respeto una cosa que se considera sagrada o digna de ser
respetada. Si el sacerdote no era digno de tan alto honor era desechado del
ministerio, o lo que es peor, si es que entraba al santuario indignamente podía
incluso hasta morir.
Pensemos que el Dios del pacto levítico es el mismo del
nuevo pacto del cual ahora disfrutamos en la persona de su Hijo Jesucristo.
También el Señor nos llamó con un llamamiento santo, como dice la biblia: “quien
nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino
según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de
los tiempos de los siglos”, (2 Ti. 1:9). Nosotros también frecuentamos el
santuario de Dios, no el terrenal como lo tenían los judíos, sino el celestial,
es decir tenemos la bendición de entrar a la misma presencia de nuestro Dios,
¡tremendo privilegio!, y quizá muchos no se dan cuenta de esto. El autor de
Hebreos es claro cuando dice que nuestra entrada al santuario de Dios es un
privilegio del que no gozaban antes los del antiguo pacto cuando dice: “sino
que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles” (He.12:22). Siendo
así entonces ¡cómo entonces no debemos cuidar nuestra comunión con Dios! El
aceite de la unción, el Espíritu de Dios mora en nosotros y nos da la bendición
de acceder al trono de su gracia siempre y cuando llevemos una vida de santidad
y obediencia a su Palabra, y esto es necesario saberlo porque solemos descuidar
nuestra comunión con Dios y apagar al Espíritu de Dios en nuestras vidas, por
eso el apóstol Pablo advierte: “No apaguéis al Espíritu” (1 Ts. 5:19). ¿Será
posible que un creyente o una iglesia pueda engañarse a sí misma y creer que
vive la vida del Espíritu cuando en realidad está muerta? Pues sí. Vemos el
caso de la iglesia de Laodicea, que no podía estar más ciega, el aceite de la
unción estaba seco en su corazón, pero ella creía que estaba pletórica de la
unción: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa
tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo” (Ap. 3: 17). ¿Acaso no hay creyentes que creen que son ultra
espirituales, juzgan a los demás, y creen que tienen la autoridad para soltar
cualquier improperio contra los débiles y carnales creyentes? Se han constituido
en maestros y puede que ellos también, consciente o inconscientemente estén
cumpliendo la medida de los laodicenses, a quienes el Señor también les dice: “desventurado,
miserable, pobre, ciego y desnudo”, a los tales el Señor les recomienda: “Por
tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas
rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de
tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Ap. 3:18). Vivimos en
una época en que la jactancia no sólo se ve en el mundo sino en la iglesia
también. ¡Dios nos libre de los ultra espirituales!, no estoy en contra de los
espirituales, pero sí de aquellos que perdieron la unción, y están en una
terrible ceguera espiritual y pretenden así entrar al santuario de Dios, sin
darse cuenta que lo están profanando, ¡Dios nos libre de caer en una situación
semejante! No es malo exhortar, no es malo juzgar si lo haces en las condiciones
de Dios, no en las tuyas. Jesús era un hombre que tenía, fuerza, poder y unción,
pero la biblia dice de Él “que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra
delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc. 24:19). Muchos son poderosos en
palabras, existen excelentes y elocuentes predicadores, pero sus obras, y su
testimonio están por los suelos, debemos ser como nuestro Señor y Maestro Jesús
quien sí nos dio cátedra de lo que significa tener una vida con unción. Que
Dios te ayude a ser semejante a Jesús y no te compares con ningún ser humano
falible, porque los hombres fallan, pero Cristo nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario