“Te encarezco delante de Dios y del Señor
Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su
reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá
tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír,
se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de
la verdad el oído y se volverán a las fábulas”, 2 Ti. 4:1-4.
Me apena ver que a en las redes sociales los creyentes nos
estamos peleando por diferencias doctrinales, por formas de interpretar la
palabra que algunos tienen y otros no. Pienso que esta es la estrategia del
enemigo, que los creyentes nos distraigamos en discusiones teológicas insulsas y
sin sentido, mientras perdamos de vista la gran comisión de Jesús. El apóstol
Pablo escribe su última epístola a su hijo espiritual Timoteo, y entre las
recomendaciones finales que le da es que “predique el evangelio”. No hay nada
más importante que esto, nada urge tanto
como predicar la palabra de salvación a millones de personas que no tienen a
Cristo en su corazón. Tenemos que salvar las almas, tenemos que anunciarles las
buenas nuevas de salvación. El Señor nos llama
a ser atalayas en nuestra generación y no esperemos que el Señor nos
sancione cuando advierte a éstos diciendo: “Pero si el atalaya viere venir la espada y
no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada,
hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré
su sangre de mano del atalaya”, Ez. 33:6.
Siendo así entonces ¿Por qué seguir entrampados en
asuntos superficiales y nada edificantes?, Pablo dice: “Porque el siervo del Señor no
debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido”,
2 Ti. 2:24. Hermanos dejemos de pelearnos entre nosotros mismos
cumplamos la labor de anunciar el evangelio, hagamos caso a lo que dijo nuestro
Redentor: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. Mt. 28:19-20. Cuando
vayamos al cielo el Señor no nos va a premiar por haber discutido sobre
cuestiones doctrinales, o por haber teologizado acertadamente, sino por haber
hecho su voluntad que es “agradable y perfecta”. Ahora más que nunca debemos
preocuparnos de hacer su voluntad, no te esfuerces por hacer milagros, grandes
prodigios, porque en realidad estas cosas las hace el Señor no tú. Después de
todo Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.,
Mt. 7:21-23. Que no sea tu afán el ser un milagrero o hacer alarde de
grandes poderes como aquellos que buscan aplausos y prestigio, sino el hacer su
voluntad; obedece su palabra, predica el evangelio, salva las almas, cumple tu
ministerio en el poco o largo tiempo que tengas de vida, porque el Señor dice
que “el
que gana almas es sabio”, Pr. 11:30.
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