lunes, 21 de septiembre de 2015

EL QUE GANA ALMAS ES SABIO



“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”,  2 Ti. 4:1-4.
Me apena ver que a en las redes sociales los creyentes nos estamos peleando por diferencias doctrinales, por formas de interpretar la palabra que algunos tienen y otros no. Pienso que esta es la estrategia del enemigo, que los creyentes nos distraigamos en discusiones teológicas insulsas y sin sentido, mientras perdamos de vista la gran comisión de Jesús. El apóstol Pablo escribe su última epístola a su hijo espiritual Timoteo, y entre las recomendaciones finales que le da es que “predique el evangelio”. No hay nada más  importante que esto, nada urge tanto como predicar la palabra de salvación a millones de personas que no tienen a Cristo en su corazón. Tenemos que salvar las almas, tenemos que anunciarles las buenas nuevas de salvación. El Señor nos llama  a ser atalayas en nuestra generación y no esperemos que el Señor nos sancione cuando advierte a éstos diciendo: “Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya”, Ez. 33:6.
Siendo así entonces ¿Por qué seguir entrampados en asuntos superficiales y nada edificantes?, Pablo dice: “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido”, 2 Ti. 2:24. Hermanos dejemos de pelearnos entre nosotros mismos cumplamos la labor de anunciar el evangelio, hagamos caso a lo que dijo nuestro Redentor: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. Mt. 28:19-20. Cuando vayamos al cielo el Señor no nos va a premiar por haber discutido sobre cuestiones doctrinales, o por haber teologizado acertadamente, sino por haber hecho su voluntad que es “agradable y perfecta”. Ahora más que nunca debemos preocuparnos de hacer su voluntad, no te esfuerces por hacer milagros, grandes prodigios, porque en realidad estas cosas las hace el Señor no tú. Después de todo Jesús dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad., Mt. 7:21-23. Que no sea tu afán el ser un milagrero o hacer alarde de grandes poderes como aquellos que buscan aplausos y prestigio, sino el hacer su voluntad; obedece su palabra, predica el evangelio, salva las almas, cumple tu ministerio en el poco o largo tiempo que tengas de vida, porque el Señor dice que “el que gana almas es sabio”, Pr. 11:30.

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