Es importante estar en paz con todos, sobre todo con Dios.
Mucha gente no entiende esto porque no comprende el lenguaje bíblico, pero
aquéllos que tienen a Cristo en su corazón saben que no pueden vivir
enemistados con todo el mundo, debemos hacer las paces con todos. La biblia
dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso.
Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a
quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20). No conviene odiar a nadie porque de ese modo
nos distanciamos de Dios y estaríamos demostrando que tampoco lo amamos. Hay
gente que vive engañada: odian a sus cónyuges, a sus vecinos, quizá a algún
familiar que les hizo daño, pero van a la iglesia a decirle a Dios que le aman,
que lo adoran, que Dios es el todo de sus vidas, y en realidad le están mintiendo
porque aborrecen a su prójimo. Y al vivir un cristianismo falso, sin poder,
sólo lograrás que tu engaño te suma en la angustia, la depresión y la agonía
espiritual, pensarás que estás pasando pruebas, que la vida cristiana está
llena de dificultades, cuando probablemente Dios quiere darte alegría y
felicidad, pero todo lo estás estropeando porque no sabes perdonar, y quieres mantener el odio en tu corazón.
Debes aprender a superar esto porque de lo contrario tu fe no trascenderá,
debes revisar tu corazón y decirle a Dios en oración: “Señor saca todo
resentimiento que pueda tener contra alguien, no quiero odiar, no quiero vivir
enemistado con nadie, quiero perdonar y aprender a amar no sólo a los que me
aman, sino también a mis enemigos”. Si eres sincero Dios oirá tu corazón y te
perdonará y te sanará, porque la sanidad proviene de Él. El Señor dice: “He
aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré
abundancia de paz y de verdad” (Jer. 33:6). Sólo habrá una completa sanidad en
el corazón de aquél que sabe perdonar y sacar todo residuo de resentimiento
contra alguien. Aprende a perdonar para que Dios también te perdone: “Porque si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial” (Mt. 6:14).
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