domingo, 4 de noviembre de 2012

EL SINDROME DE SAUL

El rey Saúl evidenciaba una conducta defectuosa. Sin darse cuenta se había encerrado en una situación calamitosa y de difícil salida. Cuando Dios lo desechó escaseaba la revelación suya para él, y era el tiempo de buscar a alguien que lo reemplace. Samuel estaba sorprendido del orgullo del que hacía ostentación Saúl después de su victoria contra Amalec, pero ¿de qué servia tal triunfo?, ¿no tuvo la autorización para no dejar con vida a nadie? ¿De qué sirve de que te encumbres a ti mismo si no vas a contar con la bendición de Dios por tu rebeldía? ¿de qué valen los anhelos más profundos si no encajan con la voluntad de Dios? El orgullo intoxica, nos endurece y si nos mantenemos así, nos conducirá al ostracismo, a perder el pundonor, a enmohecer el alma y a pulverizar el propósito de Dios para nosotros. Saúl estaba ciego y no escatimaba esa dosis mortal de su ego que sólo lo llevaba a honrarse a sí mismo creyéndose un hombre enriquecido por la gracia de Dios cuando era un mendigo ante sus ojos. Su escalofriante actitud lo llevó a combatir a David de quien se sintió celoso cuando escuchó aquel estribillo: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles” ( 1 Sm. 18:7). La novedosa acción de Dios de buscar a un nuevo rey de Israel lo consumía en su interior, incrementaba su ego, lejos de humillarse ante Dios emprendió su más malsana campaña contra el nuevo Ungido de Jehová, quería derrumbarlo a toda costa; se sentía aún merecedor del trono. Es curioso pero David era quien con su suave arpa daba descanso a su atormentada alma, pero Saúl en su meditabunda soledad buscaba con determinación maneras de hacerle daño. Fue indignante cuando mató a Ahimelec y a los sacerdotes, pues desdeñó a Dios y se sumió en la falsedad de su fantasía egocéntrica. Era un rey enloquecido, exuberante de odio y muerte contra todo aquel que ayudaba a David, éste era su peor pesadilla que centelleaba en su oscura mente. De todas formas tenía que eliminarlo. Personalmente creo que el Síndrome que tenía Saúl es el que pueden padecer muchos líderes, incluso religiosos, que se encuentran en la cumbre y no desean que otros puedan surgir. Se evidencia en el grotesco trato que pueden recibir de aquél que se siente amenazado, de aquél que se ha engreído con la fama y los aplausos y se siente medroso porque otros también destacan. Son los que han construido una falsa imagen de bondad, pero es el blindaje de un orgullo encarnizado que está dispuesto a hacer daño a todo el que se meta en su camino. No debemos olvidar que nuestro yo quiere extenderse y si está desprovisto de Dios busca exterminar a los demás. Alguien dijo de Adolfo Hitler lo siguiente: “Fundamentalmente proceden de que sólo se interesó por sí mismo. Sus deseos, sus pensamientos, sus anhelos,.. eran lo único que tenía validez para la mente de Hitler. Los demás sólo le importan en cuanto podía utilizarlos para sus fines, de ahí que no llegase a consolidar ninguna amistad sincera. Fruto de esta orientación de su carácter fue la idea de que él siempre lo sabía todo mejor que nadie (cosa que también sucede en muchos tipos de fanatismo) .Este detalle, junto a la gran seguridad que comporta el tenerlo, es algo típico del narcisismo intenso.” (Psicología Humanizada). Creo que Saúl fue un prototipo de Hitler, un personaje que empezó siendo humilde, y terminó dando lástima, alguien que anduvo de acuerdo al latido de Dios, pero finalmente tuvo que ser reemplazado, descartado por su infidelidad y que lejos de arrepentirse, se corrompió aún más. No dejes que el Síndrome de Saúl desgarre el plan maravilloso que Dios tiene para tu vida, no dejes que tu ego te afirme donde Dios te puso. Te aseguro que sin Dios tu ego te dará licencia para toda suerte de males. Estás donde estás por la gracia de Dios, y cuando El lo desee te quitará, y así con la humildad con que entraste sal de allí también agradeciéndole por la bendición de haber sido útil al Señor. Y si ves que otros surgen porque así Dios lo permite no te encarriles a hacerles daño o a sacarlos de tu camino, permite que Dios cumpla su propósito en ellos también, no sea que sin darte cuenta estés luchando contra el mismo Dios. Ten la actitud de Juan el Bautista cuando dijo: “Es necesario que él crezca, y que yo mengue.” ( Jn. 3:30). WALTER DELGADO

No hay comentarios:

Victoria en la Oración