lunes, 19 de mayo de 2025

LA AVARICIA UN PELIGRO QUE DESVÍA EL LLAMADO




En tiempos donde el evangelio ha sido distorsionado por intereses personales y el materialismo se ha infiltrado en algunas esferas del liderazgo cristiano, es urgente levantar la voz profética y recordar la esencia del llamado pastoral: servir a Dios y a su pueblo con integridad, sin buscar ganancia deshonesta.

El apóstol Pedro, consciente del peligro que representa el amor al dinero, exhortó a los ancianos de la iglesia con estas palabras: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 Pedro 5:2).

Este texto nos recuerda que el ministerio no es un empleo común ni una fuente para enriquecimiento personal. Es una vocación divina que exige entrega, sacrificio y desprendimiento. Cuando el pastor se convierte en un asalariado que solo actúa si hay paga, ha perdido de vista la naturaleza del llamado de Cristo.

Jesús mismo advirtió sobre los falsos pastores cuando dijo: “El asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye...” (Juan 10:12).

Este texto revela que el asalariado está motivado por el dinero, no por amor. Y cuando llegan los tiempos difíciles, abandona la obra porque no tiene compromiso verdadero con las ovejas ni con el Dueño del rebaño.

Hoy vemos con tristeza a quienes convierten el ministerio en una plataforma para obtener beneficios personales, cobrando por predicar, por orar o por ejercer su función pastoral. Esta actitud desvirtúa totalmente el carácter sacrificial del ministerio y escandaliza a los débiles en la fe.

Jesús fue radical con respecto a los que querían seguirlo por interés personal:

“Y dijo a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).

Seguir a Cristo implica renuncia, no ambición. Implica humildad, no codicia. El verdadero ministro de Dios está dispuesto a servir aún sin recompensa económica, porque sabe que su galardón viene del Señor.

El apóstol Pablo es un modelo de entrega desinteresada. Él escribió: “Ni codicié plata, ni oro, ni vestido de nadie... Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me sirvieron” (Hechos 20:33-34).

Aunque tenía derecho a ser sostenido por la iglesia (1 Corintios 9:14), Pablo renunció muchas veces a ese derecho para no ser tropiezo. Su prioridad era predicar el evangelio, no enriquecerse con él.

Hoy más que nunca, el pueblo necesita pastores conforme al corazón de Dios (Jeremías 3:15), que sirvan por amor, guiados por el Espíritu Santo y no por el afán de lucro.

La avaricia corrompe el ministerio, endurece el corazón y apaga la unción. Que el Señor levante hombres y mujeres que sirvan con pasión, compasión y visión eterna, recordando siempre que: “La piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia” (1 Timoteo 6:6).

 

 






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