En
medio de los desafíos del mundo moderno, la figura de la madre continúa siendo
un pilar esencial en el diseño de Dios para la familia y la sociedad. La
Biblia, con toda su riqueza espiritual y humana, honra profundamente el papel
de la madre. Lejos de reducirla a un rol pasivo, nos presenta a mujeres llenas
de fe, coraje y sacrificio.
Una
madre no solo da vida: la sustenta, la educa, la protege y la inspira.
Proverbios 31 nos habla de una mujer virtuosa cuya fuerza no radica solo en lo
que hace, sino en quién es delante de Dios: “Se levanta aún de noche y da
comida a su familia... Se reviste de fuerza y dignidad” (Pr. 31:15,25).
El
esfuerzo diario, muchas veces invisible, es notado por Dios. La ternura con la
que consuelan, las oraciones que levantan en secreto, las noches sin dormir, y
el consejo sabio en tiempos de confusión, todo esto es parte del ministerio
materno que impacta generaciones.
Veamos
algunos ejemplos bíblicos de madres valientes y abnegadas:
·
Jocabed
(Éxodo 2). En un contexto de persecución, arriesgó su vida escondiendo a
Moisés, y luego confió en Dios colocándolo en una canasta sobre el Nilo. Su fe
y astucia fueron claves para salvar al libertador de Israel.
·
Ana
(1 Samuel 1). Humillada por su esterilidad, lloró y clamó a Dios. Prometió
dedicar su hijo al Señor, y cuando nació Samuel, lo entregó al templo. Ana es
un modelo de madre que comprende que sus hijos le pertenecen a Dios.
·
María
(Lucas 1–2; Juan 19). Aceptó con fe su llamado a ser madre del Mesías. Acompañó
a Jesús desde el pesebre hasta la cruz. María representa a todas las madres que
sufren al ver a sus hijos sufrir, pero permanecen firmes en su fe.
Una
madre es muchas veces la primera en renunciar a sus sueños, comodidad o
descanso por el bienestar de sus hijos. Su amor se parece al de Cristo: se
entrega sin pedir nada a cambio. Isaías 49:15 compara incluso el amor de una
madre con el amor de Dios: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz?... Aunque
ella se olvidare, yo nunca me olvidaré de ti”.
Dios
reconoce el sacrificio de cada madre y lo honra. Las lágrimas que se derraman
por los hijos no son en vano. Dios las recoge (Salmo 56:8) y, en su tiempo,
traerá fruto y recompensa.
Honrar
a nuestra madre no es solo un acto cultural o emocional: es un mandamiento con
promesa (Efesios 6:2). En un tiempo donde muchos roles se difuminan, el llamado
bíblico es claro: valorar, proteger y agradecer a las madres por su rol
fundamental en el plan de Dios.
Que
este Día de la Madre no sea solo una celebración, sino una oportunidad para
reconocer que una madre que ora, lucha y ama deja una huella eterna en la vida
de sus hijos y en la historia del Reino de Dios.
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