El pastor Antonio Ruiz se disponía a hacer una visita,
decidió llamar a Lucas su inseparable compañero de milicia, era su asistente y
cada vez que salía a hacer una visita, especialmente cuando era una persona a
quien debía evangelizar, solicitaba la ayuda de Lucas Pérez. Este fiel hermano
tenía una pasión por las almas perdidas, no dejaba escapar la oportunidad de
compartir el evangelio a cualquier persona que se le cruzara en el camino, y
también era un complemento para el pastor Antonio quien tenía un conocimiento
profundo de las Escrituras. Ambos cuando salían a las calles, a los hospitales,
a las cárceles o hacían visita a los hogares eran usados poderosamente por el
Señor.
- Pastor Antonio, -dijo Lucas- ¿a quién visitaremos?
- Lucas, esta vez nos toca visitar a un industrial, es
jefe de la fábrica de plásticos que está en la Av. Argentina, así que prepara
tus mejores pasajes bíblicos, porque este señor está muy interesado en conocer
de la Palabra de Dios.
Lucas, cual soldado que recibe órdenes, inmediatamente
sacó su biblia y empezó a seleccionar los pasajes que ha usado para compartir
con la gente, colocando un pedazo de papel en cada pasaje para tenerlos listos
para cuando llegara el momento indicado.
- Dígame pastor, ¿el hombre sabe algo de las Escrituras?
- Supongo que sí. Parece que ha estado visitando varias
iglesias, pero al parecer ninguna le convenció, entonces nosotros tenemos que
ir preparados porque, aunque entiende de biblia, aún no ha tomado su decisión
por Cristo. Oremos para que sí lo haga hoy.
En ese momento se arrodillaron y clamaron a Dios a fin de
que se les abra las puertas, sobre todo el corazón de la persona a quien
visitarían, estuvieron como media hora implorando la gracia y el poder de Dios.
Inmediatamente se dispusieron a salir.
Tomaron un taxi que se dirigió raudamente por la Av.
Alfonso Ugarte, luego llegaron con dificultad a la plaza Unión, se quedaron
como quince minutos varados por lo intenso del tráfico, una vez que lograron
salir de ese atolladero se encaminaron por la Av. Argentina hacia la fábrica de
don Lucio Gómez. Cuando llegaron fueron impedidos de entrar por el servicio de
seguridad que no los quería dejar entrar porque no los vieron con la pinta de
ser comerciantes, pues apenas uno de los vigilantes avistó la biblia de Lucas,
inmediatamente reaccionó:
- ¿Ustedes son cristianos? –preguntó el vigilante un
tanto molesto.
- Sí –respondió rápidamente Lucas-, Dios te bendiga,
hemos venido a visitar al señor Gómez para compartirle la palabra de Dios. Él,
nos está esperando.
El vigilante puso un gesto de extrañeza, y le dijo a su
supervisor:
- Pedro, ven acá un momento.
Pedro se acercó, y quitándole el broche a su revolver,
por una cuestión de precaución, preguntó:
- ¿Se les ofrece algo señores?
- Sí, -respondió el pastor Antonio- lo que pasa es que el
señor Gómez nos citó hoy día para conversar con él. Nos dijo que vengamos a las
nueve de la mañana, y aunque estamos atrasados unos quince minutos por el
tráfico, pero estamos aquí para reunirnos con él.
- No tengo ninguna visita de nadie para estas horas
–decía el supervisor, mirando su agenda- y les agradeceré que se retiren porque
estamos ocupados en estos momentos. Por otro lado, el señor Gómez no se
encuentra y de seguro que vendrá tarde, porque tiene una diligencia que hacer.
Era algo extraño, el pastor Gómez había hablado con él la
noche anterior en la iglesia donde justamente lo conoció y le había dicho que
se presente temprano para charlar sobre la biblia. El supervisor se puso en la entrada
de la puerta para no dejarlos avanzar y cuando se disponía a cerrarla, llega
Gómez en su auto.
El supervisor ordenó que se abra la puerta
inmediatamente, pidió a los visitantes que se hagan a un lado en forma brusca y
el portón de acceso se abrió de par en par. Cuando Gómez vio al pastor Antonio
lo reconoció inmediatamente y frenó su auto, bajo la ventanilla y le dijo:
- ¡Pastor! –dijo con alegría-
que gusto verlo. ¿Se acordó de la visita? Qué bueno, la verdad que yo me había
olvidado. Suba a mi auto iremos a la oficina. El pastor también, junto con
Lucas estaban sorprendidos, pero más sorprendidos estaban el vigilante y su
supervisor.
Cuando llegaron a la oficina,
Gómez les hizo pasar, ordenó a su secretaria preparar un desayuno, el cual
recibieron gustosamente.
- Me alegra de que esté aquí
pastor. Quiero decirle que es usted el primer pastor que me visita, siempre los
invito, pero nunca vienen. Antonio mira a Lucas pues sabían por qué no llegaban
los pastores a la oficina de Gómez.
- Usted tiene una buena
seguridad señor Gómez –dijo Lucas.
- Sí, no me quejo, aunque a
veces me parece que son un poco exagerados en el cuidado, pero es bueno, pues
me informan de todo lo que pasa.
Antonio pensaba: “No creo que
sea todo”.
- Bueno pastor, aquí estoy, soy todo
suyo. ¿Qué me puede decir sobre Dios?
Lucas miraba al pastor como
esperando una orden suya para empezar a evangelizarlo, pero al parecer el
pastor deseaba abordarlo de otro modo.
- ¿Qué le puedo decir, señor
Gómez? Usted es un hombre que conoce varias iglesias, de seguro que ha
escuchado a varios pastores hablar sobre Dios.
- Eso es cierto. Sin embargo,
siempre es bueno oír algo nuevo, ¿no lo cree?
- Claro, pero dígame, ¿qué opina
usted sobre Dios? Me gustaría saber primero su respuesta.
- Mire pastor, tengo mis propias
ideas y creencias acerca de Dios. Sé que es el Creador del universo y de toda
alma viviente, he leído la biblia dos veces. He escuchado varios sermones,
participé de algunos estudios bíblicos en seminarios y cosas así, y puedo
decirle que efectivamente Dios es el ser supremo, no hay nadie más grande que
Él.
- ¡Qué bueno, me da gusto oír
eso!
- Sin embargo, hay algo que me
inquieta. Usted sabe que soy un empresario, me gustan los negocios, y siempre
he pensado que la vida es un negocio, y perdóneme que le diga esto, pero creo
que la iglesia también es un negocio, ¡no me lo va a negar pastor!
- No lo veo tanto como un
negocio, desde un esquema tal vez como el que usted piensa…
- Claro, interrumpió Gómez- pero
en realidad lo es, porque muchos pastores lucran y viven bien, y tienen casas y
carros y viajan y tienen grandes fortunas. Óigame no le voy a decir nombres,
hay que ser ciego para no darse cuenta de esto.
- No lo niego don Gómez,
lamentablemente existe en este valle de sombra y de muerte de todo, sin
embargo, debo agradecer a Dios que no soy así, porque no soy rico, ni nada de
lo que usted ha dicho. Ahora permítame decirle algo, usted es un empresario y
veo que tiene mucho éxito, pero le hago una pregunta, ¿cuál es la razón de
tener una empresa como ésta?
- Yo creé esta empresa para
poder proveer de productos al mercado y mi razón es ésa, de llenar mis productos por todo el Perú. Nosotros
hacemos biberones, chupetes, botellas, cepillos de dientes, envases, etc. Ahora
bien, como le dije la iglesia es una entidad lucrativa, pero ¿qué fabrican?
- Bueno, si tuviéramos que
hablarlo en términos empresariales pues somos una fábrica de creyentes.
-¿Cómo es eso, explíqueme?
- Claro, tenemos a Dios que
viene a ser el presidente de nuestra empresa, y nosotros los pastores somos sus
gerentes comerciales, hagamos de cuenta que estamos hablando en los términos
que usted conoce. Ahora, ¿qué fabricamos?
Pues fabricamos creyentes, ¿de qué manera? Muchas de las personas que
llegan de las calles, son hombres y mujeres de hogares destruidos, personas con
el vicio del alcohol, drogas, mujeres prostitutas; niños y jóvenes de hogares
disfuncionales, pervertidos, desviados sexuales, criminales, delincuentes. Es
decir, llegan, según el decir de la gente, los parias de la sociedad, y muchos
de ellos se han convertido a Cristo y ahora son creyentes.
- Es cierto – interrumpió Lucas.
- Señor Gómez, -continuó el pastor Antonio- mi hermano
Lucas, era un hombre que lo encontramos en una cloaca, vivía esclavo de las drogas,
y tenía su hogar destruido. Nadie daba un sol por él, su misma familia lo botó
de casa y vivió cinco años en la calle, comiendo basura, alcohol y drogas.
Ningún centro siquiátrico ni de rehabilitación lo quiso tener. ¿Sabe quién lo sacó de ese
submundo en el cual vivía?... Cristo.
Gómez estaba sorprendido de
escuchar eso, y Lucas mientras oía a su pastor echaba algunas lágrimas que
corrían por su rostro.
- Sí, nosotros fabricamos
creyentes. Y déjeme decirle algo más señor Gómez, nuestro empresario que es
Cristo, nos dice que esas almas se van a la eternidad. Usted cree que sus
productos durarán por toda la eternidad.
- No lo creo, aunque sé que el
plástico se recicla, pero si le dan otro uso que el que le doy yo, eso no me
importa.
- Pero en la fábrica de
creyentes trabajamos con seres humanos, y esas almas van al cielo donde estarán con
Cristo eternamente y para siempre. Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El
que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a vida”, (Jn. 5:24). Las personas
que son ganadas para Cristo se libran de la condenación eterna, algo importante
es que la palabra de Dios no es tóxica, por el contrario hace bien al que la
lee. Perdóneme, sé que trabaja con plásticos, pero usted sabe que estos son
dañinos. Los plásticos están presentes en platos, suelos, material electrónico
y un sinfín de productos, algunos plásticos esconden efectos nocivos que pueden
guardar relación con el aumento de partos prematuros, el autismo, diabetes,
cáncer, enfermedades alérgicas etc. Desde que se produjo el ‘boom’ del plástico
hace 30 años se ha duplicado la cifra de diabéticos, hay aproximadamente 177 millones en todo el mundo.
- ¡No sabía eso pastor! –
respondió sorprendido Gómez-, bueno debo hacerle una confesión, yo también soy
diabético y debo aplicarme insulina diariamente. Y esa no es vida para mí.
- La fábrica de creyentes no es
dañina, por el contrario, le hace el bien a todo el mundo, y nosotros queremos
decirle que Cristo lo ama a usted, y desea que usted comparta la vida eterna
juntamente con todos los demás que reconocen a Jesús como Señor y Salvador. Y
me olvidaba de algo más, le dije que no soy rico, ni me interesa serlo, allá
esos señores que lucran con el evangelio, pues ya tienen su recompensa. Sin
embargo, nosotros trabajamos en la tierra y acumulamos riquezas pero allá en el
cielo, como Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la
polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;”(Mt. 6:19).
Nuestra mejor recompensa la recibiremos en el cielo. Entiendo que usted tiene
sus riquezas aquí en la tierra, pero ¿de qué le sirve si al final cuando se
vaya de este mundo nada se llevará? Jesús dijo: “Porque ¿qué aprovechará al
hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el
hombre por su alma?” (Mt. 16:26). Acepte a Cristo en su corazón amigo
Gómez, Él quiere que usted no se pierda eternamente y para siempre.
Gómez, miraba hacia el suelo, se
puso en pie y caminó hacia su pequeña biblioteca, sacó su biblia y con lágrimas
en los ojos le dijo al pastor Gómez:
- He hecho mucho daño a la
gente. Quiero confesarle que cuando joven violé a dos niñas, yo vivía en ese
entonces en la selva de Huánuco, hice mucho dinero pero con el narcotráfico, y
participé de muchos otros delitos. Este negocio que tengo es el producto de mis
ilícitas acciones, ¿usted cree que Dios me puede perdonar?
- Pienso que sí, señor Gómez
-respondió Lucas, mientras miraba al pastor, éste con un gesto le dijo que continuara-,
Dios me perdonó a mí, yo vivía una vida de pecado y maldad. Hice mucho mucho
daño a mi familia y sé que Dios me perdonó, creo que lo puede hacer con usted
también. Si Él, me sacó de mi miseria, lo hará con usted también.
Esa mañana Lucio Gómez se
arrodilló junto con el pastor Antonio y Lucas y lloraron delante del Señor.
Lucio aceptó a Cristo en su corazón y volvió a nacer. Su vida fue diferente, e
hizo algo inusitado, descubrió que la empresa que andaba muy bien no era algo
que a Dios le agradaba, así que decidió venderla. Su familia y sus allegados se
opusieron, pero finalmente lo hizo, entregó todo el dinero a una entidad
cristiana que enviaba misioneros a varios lugares del mundo. Sintió un profundo
deseo de servir a Dios. Su esposa se convirtió a Cristo no mucho tiempo después
de que él lo hizo, y luego sus hijos.
El pastor Antonio quedó
sorprendido al ver el cambio profundo que Dios hizo en la vida de Lucio Gómez,
se dio tanto al Señor que sintió el llamado de hacer misiones con su familia.
Dios lo llamó a servir en Canadá en una zona donde tenía un hermano que era
creyente y estaba de acuerdo en este nuevo proyecto de Lucio. Fundo una
congregación muy dinámica y de rápido crecimiento. Llamó al pastor Antonio,
quien era su mentor y padre espiritual, y a quien siempre consultaba sobre
asuntos ministeriales. Descubrió efectivamente que la fábrica de creyentes era
mucho mejor que la que tenía, y que la rentabilidad de ella era por mucho
superior a la de los plásticos.
- Pastor Antonio –le decía por
teléfono Gómez-, es cierto, nuestras riquezas están arriba en los cielos, pero
sabe cada vez descubro más y más que mi mayor riqueza es Cristo mismo, y que
tenerlo a Él, lo es todo para mí.
- Me da gusto oír eso Lucio
–respondió el pastor- y espero que por encima de cualquier riqueza que tengas
sea en la tierra o en el cielo, Cristo esté por encima de todo.
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